Mi última noche en Chad

Mi última noche en Chad. Estoy en mi habitación, en el centro de acogida para extranjeros de Kabalaye en N’Djamena. Hace un calor asfixiante, y mientras anochece bajo mi mosquitera hago un repaso del que ha sido uno de los viajes más contradictorios de mi vida. Viajé aquí en busca de respuestas, me voy con muchísimas preguntas. Las luces y las sombras de Chad en pleno siglo XXI: de la alegría y el dar desinteresadamente sin esperar recibir nada a cambio a la pobreza y la miseria asoladas por uno de los climas más devastadores del mundo. Llevo aquí 10 días y he caído enferma ya varias veces. He reído, he llorado, me he emocionado, he recordado, he soñado, pero, sobre todo, he sentido. Es duro pensar que a través de la miseria de los demás seas capaz de mirar atrás y de darle la vuelta por completo a tu vida, dándote cuenta, una vez más, de que lo único necesario para continuar adelante en el camino son las personas que te rodean.

Doris en Chad

Hoy he hecho uno de los viajes más bonitos de mi vida. Las hermanas me dijeron ayer que debía volver sola a N’Djamena desde el hospital de Saint Joseph con Alfred, el chofer de la misión, que no habla ni una palabra de español y con el que había intercambiado, por cortesía, un par de palabras en francés a lo largo de estos últimos días. 600 kilómetros por la única carretera asfaltada del Chad, unas 10 horas de viaje a más de 45 grados de temperatura. Sin aire acondicionado ni amortiguadores. Se me pusieron los pelos de punta. No solo por la situación, sino por los posibles (y bastante probables, dada la situación del país) imprevistos del viaje. Mañana cogía un avión hacia Etiopía y mi pasaporte estaba todavía en manos del Service Voyage, un servicio un tanto extraño del consulado español que se encarga de tramitar los visados y vuelos de vuelta de todos los cooperantes.

Hice de tripas corazón y a las 5 de la mañana el buen Alfred me estaba despertando con una linterna en medio de la sabana. Aquí hay poca intimidad, ya que no queda más remedio que dormir con las ventanas abiertas de par en par y la mosquiteras como escudo antipaludico. Los más valientes se sacan el colchón fuera y duermen a la intemperie, expuestos a cualquier tipo de visita nocturna,  pero mi locura no llegó en esta ocasión a tal extremo. Como aquí las 5 es una hora prudente para levantarse (justo estaba cantando el gallo) nos fuimos a despedir de las monjas y del padre Jean Pierre (el de las clases de Twitter) que me estaba esperando con los brazos abiertos y un regalo de telas chadianas por mi explicación del uso de Android la noche anterior. Casi lloro de la emoción.

Poblado chadiano
Poblado chadiano

«On pars«, sentenció Alfred. Y me dispuse a emprender la conversación en francés más larga de mi vida, tras cuatro años en el baúl de los recuerdos y sin diccionario ni Google al alcance, con un mecánico chadiano al que había visto apenas un par de veces antes. No paramos de hablar. De buscar desesperadamente a un empleado de Esso durante los últimos días en Bebetjia para mi reportaje, de pronto me encuentro con que lo tengo sentado a mi lado, llevándome hacia N’Djamena y contándome, con todo lujo de detalles, como se siente uno al vivir en la miseria y trabajar para una base americana en medio de la nada donde se come todos los días como en un hotel de 5 estrellas mientras se controla la «bien marché» de los pozos de petróleo de uno de los países que más exportan de toda África. O de cómo, haciendo el mayor esfuerzo de su vida en un país donde si algo falta es la educación, se propuso redactar el «dossier de vie» en francés y en inglés para conseguir convertirse en coordinador de la mayor compañía petrolífera del mundo occidental. Me encuentro además con un viajero incansable, que me cuenta que estuvo recorriendo durante diez años de su vida toda Africa negra y que conoce más países que yo en el tercer continente más grande del mundo. Y al que le encanta Roma y sueña con viajar a Tokio para conocer la casa de Toyota. Que se asombra cuando le digo que en Europa comemos tres veces al día. Y me dice que aquí hay mucha miseria, que son pobres, pero que son felices. Me encuentro con un hombre al que le falta todo, pero que no necesita nada, sino que lucha cada día por ahorrar unos francos más para construir una casa decente para su familia «petit mais bien fait» en una de las que probablemente sea de las aldeas más miserables del mundo. Un hombre que critica inteligentemente su sistema, que echa la culpa a los políticos de toda la miseria que arrastra a su país, pero que a pesar se todo se siente orgulloso de su cultura y que busca una vida digna para su mujer y sus dos hijos. Que se acuerda del 2 de febrero de 2008 y que me cuenta que estaba escondido debajo de la cama en una de las habitaciones del centro de acogida en el que duermo hoy, mientras los rebeldes chadianos tomaban la capital y dejaban a su alrededor miles de muertos. Y que me ha traído hoy hasta N’Djamena, mientras su bebé de 3 meses está ingresado en el hospital de Saint Joseph con fiebre y paludismo. Esto es Chad, y así me lo cuentan sus habitantes.

Con Alfred, el conductor de la misión de Bebetjia en Chad @3viajes

Continúa leyendo la serie 'Viaje a Chad y Etiopía'KapuscinskiMi viaje a Africa: una foto, una mirada  

#africa#chad#etiopía

Publicado por Doris

Muchas cosas no se pueden averiguar pensando, hay que vivirlas (Michael Ende)
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