Lalibela, en busca de la civilización perdida

La primera vez que pisé las iglesias de Lalibela volví a creer en Indiana Jones. Era el año 2004 en Etiopía y los cristianos ortodoxos celebraban la vigilia del Domingo de Resurrección, tras 55 días consecutivos de ayuno y 7 años y 8 meses de diferencia con respecto al calendario occidental. No creo que sea capaz de describir con palabras la mezcla de magia y emoción que sentí al traspasar el complejo de estas sobrecogedoras iglesias la noche del Sábado Santo, pero si el Arca de la Alianza existió algún día estoy segura de que tuvo que estar aquí, en Lalibela.

Bete Ammanuel, Lalibela. Etiopía
Bete Ammanuel, Lalibela. Etiopía

Este pequeño pueblo que no llega a los 20.000 habitantes y que se encuentra perdido en algún lugar de Africa milenaria, entre las montañas de Lasta, tiene algo muy especial que consigue transportar a uno hasta el pasado y detener el paso del tiempo como si nada ni nadie hubiera pasado por medio. No hace tanto, Lalibela era legendariamente inaccesible. Cuando Thomas Pakenham la visitó, allá por 1955, no había carretera: necesitó cuatro días para llegar desde Dese en mula, y el pueblo recibía menos de cinco grupos de visitantes extranjeros al año. Hasta 1997, el acceso aéreo estaba limitado a la estación seca, y la carretera a Lalibela solía ser intransitable después de lluvias intensas. Todo esto contribuyó a un mayor aislamiento y misterio de este místico lugar situado en medio de las montañas al norte de Etiopía.

Cuenta la leyenda que el rey Lalibela, perteneciente a la dinastía Zagwe, sobrevivió de pequeño al ataque de un enjambre de abejas y por ello fue coronado como Lalibela, que significa en amárico «las abejas reconocen su soberanía». El monarca tuvo una visión durante un sueño de tres días en la que ascendía al Cielo y allí se le encomendaba construir once iglesias excavadas en las rocas de las montañas de Lasta. Lalibela se inspiró en un viaje a Jerusalén para construir estas maravillas del mundo, que según cuentan tardaron 24 años en terminarse con la ayuda de los ángeles (en la versión más romántica) y gracias a la mano de obra de 40.000 egipcios según las teorías de los historiadores, aunque a día de hoy todavía resulta un misterio para todos por qué se construyó en Etiopía y no en Egipto y, sobre todo, cómo se llegó a alcanzar la perfección en las técnicas arquitectónicas de las iglesias, demasiado avanzadas para la época medieval en la que fueron construidas.

Lo que sí es cierto es que Lalibela y la región de Axum constituyen una de las cunas de la cultura occidental, que a día de hoy se conserva intacta con una de las lenguas muertas aún hoy en funcionamiento durante la celebración de los rituales religiosos, el ge’ez; un santuario cristiano en activo, las iglesias ortodoxas excavadas en la roca de Lalibela; y un fértil valle, las cuencas del Nilo azul, que hacen de este lugar uno de los secretos mejor escondidos y preservados de Africa y que guarda celosamente, según nos relatan los guías locales y la gente del pueblo, la custodia de la Tabla de los Diez Mandamientos de Moisés y el Arca de la Alianza, en busca de una civilización perdida.

Me pasé una gran parte de mi viaje por Africa preguntándole a su gente qué es lo que necesitaba el continente de Europa, cómo les podíamos ayudar desde nuestra situación. Me encontré con una única respuesta posible que, de alguna manera, aunó a todas las demás: Africa necesita respeto, reconocimiento y que el mundo le devuelva, de alguna forma, todo lo que ella le ha dado generosamente y sin ningún tipo de interés, a lo largo de todos estos miles de años de sufrimiento, de silencio y de solidaridad.

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Publicado por Doris

Muchas cosas no se pueden averiguar pensando, hay que vivirlas (Michael Ende)
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