Historias de Lipari

Historias de Lipari

Hoy os voy a contar un par de historias que oí de las voces de sus protagonistas en la bella ciudad de Lipari, retazos de conversaciones y frases sueltas que fueron almacenándose en mi memoria a lo largo de aquel espléndido y soleado día de primavera. Con el pasar de los meses estas historias no se han desvanecido de mis recuerdos sino que, al contrario, han sobrevivido e incluso han ido ganando presencia, completadas y transformadas por mi imaginación en aquellos puntos que quedaron menos vivos.

La primera de ellas habla sobre una pareja siciliana que se conoció hace ya unos años; podemos llamarles Sheyla y Matteo, aunque no sean sus nombres reales: poco importa. Las circunstancias y el lugar de este encuentro también nos son desconocidos, pero sí sabemos que como tantas otras relaciones que nacen, ésta fue ganando cuerpo con el transcurso del tiempo. Entonces llegó un momento seguramente en que la pareja asentada en las islas Eolias puso sobre la mesa un proyecto de vida en común, que no es poca cosa como sabemos todos los que en alguna ocasión hemos hecho lo mismo. Ella, varios años más joven, había terminado la carrera de empresariales, ignoramos si en su tierra natal o en alguna universidad anglosajona dado su excelente nivel de inglés. Él, algo más mayor, por entonces ya era un renombrado arquitecto y constructor que contaba en su curriculum con importantes obras civiles llevadas a cabo en las islas.

Quizá fue en este momento de establecer las bases de su futuro en común, que Matteo le preguntó: – «¿A qué te quieres dedicar , Sheyla?» Y ella, tras pensar breve pero detenidamente, probablemente le miraría con una chispa de inteligencia e ilusión en los ojos, contestando: – «Me gustaría llevar un hotel». – «Qué bien», contestó Matteo sonriente: – «Porque a mí también me gustaría tener un hotel». Y a partir de aquí, la pareja comenzó a trabajar con ahinco pues el proyecto era realmente ambicioso y, no nos engañemos, tener ideas y compartir ilusiones es relativamente simple pero llevarlas a término, bueno, eso ya es otra cosa. Además, la pareja tenía otra ambición tan o más importante como era formar una familia, y los hijos –más de uno, y creo recordar que en la actualidad son tres– comenzaron a llegar para alegría de ambos.

Se les presentaban tiempos de grandes retos: la elección de la ubicación del hotel en una de las mejores zonas de Lipari, el diseño, los planos y su construcción, el acondicionamiento y decoración de los espacios interiores para que fuera realmente acojedor y fiel a la cultura y la historia de la isla de Lipari, la financiación y la contratación de servicios y de personal, la coordinación y la gestión de todo ello, y finalmente la puesta en marcha… Nada de todo eso tuvo que resultar en absoluto sencillo, y sin embargo, unos cuantos años más tarde nos encontramos a este matrimonio unido y radiante, trabajando un proyecto que en la actualidad cuenta con un total de cuatro hoteles, y llevando su negocio familiar con la ambición y la ilusión del primer día. Y es la conjunción de sus talentos tan dispares y lo que han logrado juntos al lado de los gestos y los pequeños detalles, de cómo se sienten orgullosos cada uno a su manera, de cómo se miran y se ceden el turno de palabra para contar su historia, más importante aún de cómo callan y escuchan al otro; todo esto es también sumamente enriquecedor para los que lo contemplamos y lo apreciamos desde fuera.

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La segunda historia parte de un encuentro más breve y tiene también lugar en este primer hotel de Lipari cuando una pareja muy anciana se dirige hacia un grupo de bloggers entre los que me hallo, viendo que andamos visitando las instalaciones del hotel para un trabajo periodístico. Nos invitan alegremente a entrar en su habitación a tomar fotos, pues claramente quieren compartir con nosotros lo felices que se encuentran de estar pasando juntos una semana de vacaciones y relax allí. Es más, el marido de esta pareja de ingleses está deseoso de mostrarnos el porqué: se destapa la bata de baño lo justo para mostrarnos una gran cicatriz que recorre su pecho, justo en el lugar sobre el que late su viejo y fatigado corazón. Entonces ambos nos cuentan con humor que ha superado una operación de vida o muerte hace tan solo unos meses, en un hospital de su tierra natal: ambos creyeron que realmente él no lo iba a contar esta vez, y sin embargo la vida les ha lanzado un guiño inesperado del que han tomado buena nota, y tras superar –más o menos– el gran susto, se encuentran aquí con sus trajes de baño y sus libros, con sus ilusiones individuales y compartidas, disfrutando de la compañía mutua en la preciosa terraza de su habitación de Lipari, contemplando los mágicos atardeceres mediterráneos, brindando por el futuro e intentando saborear el tiempo que les quede por delante.

¿Cuántas aventuras y desventuras habrá vivido esta pareja en sus largos años de casados? No es el momento ni la ocasión propicia para preguntarles, pero seguramente habrán experimentado todo tipo de emociones y sensaciones. ¿Y cómo deben evolucionar las relaciones cuando se adivina cerca el momento de la gran despedida? Un fugaz pensamiento me conmueve.

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Y uno, que se entrecruza con estas y otras personas y sus historias a lo largo de la vida –en ocasiones como la que nos ocupa, gracias al blog–, aunque comparta con ellas sólo unos instantes; uno que se inspira y que las recordará por siempre, piensa entonces y lo sigue pensando después: qué dramática y al mismo tiempo qué bonita es la vida, ¿verdad?

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."

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