Qué ver en Ginebra: el Museo de la Cruz Roja Internacional

Qué ver en Ginebra: el Museo de la Cruz Roja Internacional

Analizándolo fríamente, la existencia de la Cruz Roja Internacional es algo improbable: ¿cómo es que el ser humano ha inventado algo tan compasivo y fraternal, tan puro y generoso, tan desinteresado y complejo de organizar y que además se sigue desplegando en todas partes junto a actividades más propias de nuestras sociedades —por repetidas hasta la saciedad a lo largo de nuestra historia— como son la avaricia, las luchas de poder, los crímenes y las guerras? Parte de las respuestas a este misterio se halla sin duda en el Museo de la Cruz Roja Internacional de Ginebra.

Y todo comienza en la figura de Henry Dunant (1828-1910), un comerciante ginebrino de buena familia que al parecer no destacaba especialmente en los estudios, pero que había recibido una formación sólida en religión, humanismo y civismo. Se dice que el joven Dunant se sentía fascinado por las obras de tres escritoras: Harriet Beecher Stowe, Florence Nightingale y Elizabeth Fry, hasta el punto de haber comentado en alguna ocasión que «la influencia de las mujeres es un factor esencial para la buena salud de la Humanidad, y se irá convirtiendo en algo más preciado a medida que pase el tiempo.» ¡Toma ya! Los que ven el vaso medio lleno podrían pensar que algo se ha andado en ese sentido desde entonces.

Pero volvamos a Dunant, quien prosperó trabajando para la Compañía de Colonias Suizas en el norte de África y en Sicilia, y rápidamente se convertiría en presidente de una potente empresa industrial que operaba en Argelia, lo que le llevó a buscar audiencia con Napoleón III para obtener una licencia de explotación de tierras. Y para ello se desplazó raudo a Solferino, en el norte de Italia, donde el monarca andaba guerreando junto a los italianos contra el Imperio Austrohúngaro.

Y se plantó allí justo el 24 de junio de 1859, el día en que tenía lugar la Batalla de Solferino, quizá la más cruenta de todo el siglo XIX: se estima que entre 30.000 y 40.000 soldados yacían heridos o muertos ese día en el campo de batalla, resultado de la carnicería desatada en unas pocas horas, y sin que nadie les atendiera. En estado de shock y a sus 31 años, Henry Dunant tomó la iniciativa de organizar la ayuda civil, contando especialmente con mujeres y niños, y socorrer o enterrar a aquellos pobres infelices lo mejor que se pudiera. Lógicamente, no disponían de materiales suficientes para tanta calamidad y Dunant organizó la compra de lo necesario e incluso la instalación de hospitales de campaña. Su eslogan no podía ser más apropiado: «Tutti fratelli» (todos son hermanos).

Así comienza una leyenda de nuevo improbable, pero además efímera: la del propio héroe suizo que ya no podía parar y que comenzaba a planear proyectos de calado internacional. En su libro Recuerdo de Solferino, Dunant narra primero la batalla, después sus horribles consecuencias a nivel humanitario, y en un tercer acto desgrana el plan que intentaría cambiar el mundo: «Las naciones del mundo deberían crear sociedades que cuiden de los heridos de guerra; cada una de estas sociedades habría de ser esponsorizada por un equipo directivo compuesto por líderes internacionales, que tendrían que incentivar el voluntariado y dotar de los recursos necesarios para entrenar a estos en la ayuda de los heridos de los campos de batalla, y cuidarles hasta su recuperación.» El 7 de febrero de 1863 la Sociedad Ginebrina de Utilidad Pública apuntaría un comité de cinco expertos, entre ellos Henry Dunant, para examinar la posibilidad de poner este plan en marcha. Y con los fondos y la dedicación de este último, Dunant viajaría por toda Europa explicando el proyecto y recabando apoyos hasta conseguir el acuerdo histórico de 12 naciones plasmado en la primera Convención de Ginebra, y poco después con la creación de la Cruz Roja Internacional.

A partir de ahí, la obra y su creador tendrían fortunas muy dispares: Henry Dunant se había arruinado al perseguir su sueño y desatender sus negocios, y en pocos años se vio literalmente en la calle, fuera de la sociedad ginebrina y abandonado a su soledad. Desolado, marchó al pequeño pueblo de Heiden. Alguien lo reconoció allí veinte años más tarde, y cinco después se le otorgó el Premio Nobel de la Paz y todos los honores habidos y por haber, pero él ya estaba muy enfermo y los siguientes quince años los pasaría en su hospicio de Heiden hasta que murió pronunciando las últimas palabras «¿a dónde ha ido la humanidad?» Triste final sin duda para alguien que había hecho tanto en tan poco tiempo.

Museo de la Cruz Roja Internacional

El Museo de la Cruz Roja Internacional

Afortunadamente, la sociedad internacional que había fundado Henry Dunant tuvo vida propia y fue muy próspera desde sus inicios, y su papel fue clave en conflictos como la Primera Guerra Mundial, donde tuvo que emplearse a fondo. Fruto de ello fue el archivo de más de dos millones de desaparecidos que se conserva y se expone en el museo, formado por seis millones de fichas que contienen la información básica de estas personas atrapadas en medio de la guerra: sus nombres, estado de salud, familiares conocidos, información sobre la muerte si procede. Todo perfectamente ordenado por países y apellidos, millones de pequeñas fichas que contienen lo mínimo indispensable para restablecer lazos humanos, un archivo de valor incalculable que todavía es consultado por familiares e historiadores; fichas que esconden incontables tragedias humanas, pero que también han ayudado a veces al reencuentro y a la curación.

Museo de la Cruz Roja Internacional

Museo de la Cruz Roja Internacional

Algunas de ellas las puedes tocar mientras notas que la emoción y la tristeza te embargan; nombres y apellidos que fueron reales, información escrita a mano o a máquina, con prisas, sencillez y practicidad. Una tarea que la Cruz Roja Internacional ha continuado realizando hasta nuestros días en todos los conflictos bélicos y desastres naturales que se han dado desde entonces; ahora, con medios informatizados modernos. Todo esto lo tenemos fantásticamente explicado en esta exposición permanente del museo dedicada a restaurar los lazos familiares.

La segunda exposición permanente, titulada reduciendo los riesgos naturales se centra en explicar qué tipo de acciones realiza la Cruz Roja ante desastres naturales y epidemias en el mundo, cómo se organizan las comunidades internacionales y locales para paliar el daño, salvar vidas y preservar los recursos. Aquí descubrimos el aspecto tremendamente importante de entidades como la Cruz Roja Internacional en desastres que no son puramente bélicos, de nuevo a través de situaciones y testimonios reales acompañados de todo tipo de materiales de soporte.

La tercera exposición permanente de nuevo vuelve a ser extremadamente efectiva, emocionante: dura. Titulada restaurando la dignidad humana, disponemos de un amplio número de testimonios de personas que nos explican su desgracia y cómo poco a poco se van recuperando de ella. La manera de entablar comunicación con estas personas no puede ser más apropiada: proyectados en pantallas, a escala natural, estos seres humanos miran hacia nosotros y alzan una de sus manos, que tenemos que tocar con nuestra mano a su vez para iniciar la locución, y enfrentar sus ojos.

Un operador de cámara de Al Jazeera nos cuenta cómo fue capturado por el ejército americano en Irak y trasladado a la prisión de Guantanamo, donde lleva varios años encerrado sin una acusación formal y siendo sujeto de todo tipo de torturas físicas y psicológicas. Perdió todo contacto con su familia e hijos pequeños, algo que casi lo lleva a la locura; años después, comenzó a recibir cartas de su esposa y supo que estaban bien, que la cadena de TV les daba una ayuda y que los niños crecían sanos. A partir de ahí, renace una tímida esperanza de futuro, de reencuentro, todavía no materializada.

Unos metros más allá tocamos la mano de una señora que comienza a explicar que es colombiana, pero que tuvo que emigrar a Suiza para poder dar de comer a sus hijos pequeños, que dejó en su tierra con todo el dolor de su corazón. Narra cuan penoso y peligroso fue el viaje clandestino, esconderse en camiones y correr en la oscuridad de la noche junto a gente desconocida sin saber el porqué ni a dónde. Luego los primeros meses en Suiza, la lenta adaptación a una sociedad tan diferente a la suya, la molesta certeza de haber cometido un gran error; después el primer sueldo y seguidamente el primer envío de dinero, la enorme satisfacción tras tanto sacrificio. Luego las llamadas telefónicas, el saber de las vidas de unos hijos sin su madre, que están y viven bien. Después la costumbre que se aposenta y comenzar a apreciar la nueva vida en Suiza, casi sentirse como en casa; pero también el corazón que se resquebraja al comprobar que la distancia con los suyos ya no sólo es física. Cicatrices que marcan una herida enorme y que de alguna forma se proyectan en la mirada, siempre lo hacen. Mensaje final de que ya todo está bien, pero, ay, la mirada.

Este tipo de testimonios.

Qué gran mérito tienen este organismo y este Museo de la Cruz Roja Internacional en un mundo a la deriva. Se puede visitar bien en un par de horas y se accede fácilmente en transporte público, además se encuentra prácticamente al lado de las Naciones Unidas. La experiencia es conmovedora y nos acercará a nuestros congéneres, y cuando veamos a los grupos de escolares pululando a nuestro alrededor e interesándome por las exposiciones, durante unos segundos, incluso nos sentiremos esperanzados: quién sabe si habremos visto entre ellos al próximo ginebrino que nos habrá de llevar al siguiente nivel.

La visita al Museo de la Cruz Roja Internacional forma parte de una completa agenda de actividades de ocio en Ginebra especialmente orientada a parejas y denominado #fuelfortwo (energía para dos), donde se destacan los aspectos relacionados con los colores azul (lago Ginebra, spa y wellness, deportes, etc.), verde (parques, viñedos, cicloturismo, etc.) y rojo (arte y museos, pubs y restaurantes, nightlife) que ofrece Ginebra para una perfecta escapada para dos. Más información en la web de GenevaLive Tourism.

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."

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