Sète, la promesa del mar

Sète, la promesa del mar

Tendría que haberme ido a vivir junto al mar. Ahora ya lo sé, supongo. Al menos, es lo que me ronda por la cabeza cada vez que me encuentro paseando por un puerto, por un paseo marítimo. Vivir junto al mar para tener más presente el misterio, para regalarme a diario un paisaje cambiante en constante movimiento y de horizonte incierto, como la vida; o al menos, para respirar un aire más puro, renovado.

Viajar en colaboración con American Express me ha permitido pisar varias ciudades portuarias en lo que va de año: Mahón, Ibiza y la protagonista de este post, Sète. Una ciudad del sur de Francia que nunca me imaginé que pudiera existir: portuaria y pesquera, con una cuantiosa flota de barcos que descansan en las márgenes de su Canal Royal, lánguidos y levemente quejumbrosos mientras esperan pacientemente la siguiente partida a faenar. De estos, destacan los enormes atuneros que hacen de Sète un puerto pesquero de primer orden en el Mediterráneo, y que curiosamente proliferaron cuando la Unión Europea comenzó a subvencionar la construcción de este tipo de embarcaciones; algunos emprendedores avispados de Sète captaron la oportunidad, y hoy en día son multimillonarios con grandes volúmenes de exportación a Japón, que pujan para que no se reduzca la cuota de pesca del maltrecho atún rojo mediterráneo.

Detalles que por supuesto resultan completamente irrelevantes para el turista que pasea por un puerto marítimo en constante actividad, ya sea en sus canales, en su lonja o en cualquiera de las decenas de restaurantes que sirven pescado y marisco fresco del día. Paisajes que van mutando a lo largo de la jornada y hasta bien entrada la noche, ecos de trabajos y conversaciones que se inician y extinguen a diario, ajenos a todo lo demás. El puerto de Sète es por supuesto lugar de encuentro y de intercambio, de vida, también de paseantes ensimismados, de reuniones junto a una copa de vino y unas espléndidas ostras o mejillones provenientes de la laguna de Thau.

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Sète, paseo marítimo

Sète, paseo marítimo

Una visita a Sète habría de tener también parada obligada en su mercado municipal, perdernos allí curioseando por entre la enorme selección de platos, quesos y postres franceses; degustar una bandeja variada de mariscos durante el aperitivo –calidad a un precio sorprendente– o probar las enigmáticas y deliciosas tielles locales: tortitas de pulpo condimentadas de muchas maneras. Los mercados franceses se viven especialmente en el mediodía, cuando los lugareños hacen una pausa y abarrotan las mesas de sus puestos de degustación.

Sète son muchísimas más cosas, algunas de sus posibilidades para una primera visita las cuento en el artículo de Latitudamex; es una cebolla de múltiples capas que como turista apenas he podido arañar en su superficie, pero para eso están los buenos descubrimientos, para guardarlos junto con la promesa de volver a ellos.

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Paul Valéry arranca su célebre poema Cementerio marino –lugar donde apropiadamente reposan sus restos, en su Sète natal–, susurrando:

Bóveda estanca –vuelo de palomas-,
entre pinos palpita, entre las tumbas;
el fuego enciende un cenit exacto,
¡el mar, el mar, recomenzado siempre!
¡Oh recompensa, acallar la mente
y contemplar la calma de los dioses!

Lo dicho, tendría que irme a vivir junto al mar alguna vez…

#costa#Europa#Mediterráneo#languedoc-rosellon#sète#mar#Francia

Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."

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