Mira que nos gusta hablar a periodistas y blogueros… Pues bien: en nuestro último blogtrip a Noruega hubo momentos en los que todo el grupo callaba. Sobre todo en el norte, cuando el paisaje nos dejaba boquiabiertos. Recorrimos Hammerfest, Honnisvag y Tromso, entre otras ciudades, y nos estremecimos con las vistas, un privilegio que sus habitantes disfrutan ¡todos los días!
No quisiera pecar de trascendente pero he llegado a la conclusión de que todos deberíamos visitar Noruega; que los médicos la recetaran contra la estupidez humana o que el Gobierno subvencionara viajes en grupo (ja…..ja). Me explico: allí la Naturaleza se pavonea sin ataduras. Nadie le tose. Es temida y respetada. Uno se siente pequeño ante el espectáculo que ofrece la entrada del mar en las montañas nevadas, ante el fin del mundo en el Cabo Norte, ante el silencio que acompaña en los caminos que nadie transita, un silencio roto por el deshielo cuando el sol comienza a dorar las copas de los árboles. El paisaje noruego nos obliga a sentirnos en el lugar que nos corresponde en el mundo. Y ese lugar es muy, muy pequeño.
Imagino que la cura de humildad también la ofrecen en sus folletos países como Nueva Zelanda o Canadá, pero nosotros hemos estado en Noruega, donde respetan el medio ambiente porque conviven con él, porque es su casa. Podemos decirlo porque lo hemos visto. Viajamos en avión, autobús, metro, tranvía y barco, y comprobamos que el mar está impecable, que los lagos relucen.
Ante tanta belleza natural, el hombre debió pensar que no hacían falta sus manos para mejorar la estampa. Vamos, que no se mató diseñando edificios merecedores de un galardón (con honrosas excepciones como la ópera de Oslo, del estudio Snøhetta, que recibió por esta obra el Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea-Mies van der Rohe en 2009).
Cierto es que cualquier intento por embellecer el paisaje habría sido vano. Por eso, las ciudades noruegas, sobre todo las del noroeste (Hammerfest, Tromso, Honningsvag…) están pobladas de edificios como cubos que ni fu ni fa. Aunque en conjunto, su colorido y sus tejados a dos aguas no desentonan. Todo es nuevo y funcional. También es verdad que muchas de estas ciudades fueron arrasadas en la II Guerra Mundial.
Son ciudades duras, que sufren 9 meses de invierno y 3 de mal tiempo, como dicen los lugareños con humor. Claro que podría ser peor: en zonas del interior, a las que no alcanza la corriente del Golfo que suaviza el clima, llegan a los 40 grados bajo cero.
En España, muchos pasamos el invierno contando los días que faltan para el verano. El sol nos calienta aunque nieve. En el norte de Noruega no existen dichas expectativas. Pero ellos no pasan frío. Al ser un país rico con grandes reservas de petróleo, los suelos de casas y hoteles están calefactados, y destinan muchos esfuerzos a desarrollar nuevas técnicas de aislamiento para protegerse del clima adverso. Su carácter previsor es envidiable. Saben que el crudo y el gas no durarán eternamente e investigan con energías renovables. Una lección más de inteligencia y buena gestión de los recursos económicos que contrasta con el “el que venga detrás, que arree” español.
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Un destino es-pec-ta-cu-lar!!!