Llegada a la Misión

La vida en la misión es tranquila. Nos levantamos muy pronto, cuando empieza a despuntar el alba en el horizonte y el calor todavía es soportable y permite salir fuera de casa sin que te pegue una bofetada de aire intenso. El desayuno en el «refectoire» es sencillo, a base de mangos recién cogidos de los árboles frutales que tenemos dentro del hospital, café italiano con leche en polvo y cereales y pan fresco. Me sabe a gloria, especialmente después de una noche dura en la que lo único que se oye fuera son los para mí extraños y desconocidos cánticos de las aves nocturnas locales y las hojas de los arboles batiendo contra el viento. Lo comparo con la noche en la selva amazonica, bajo una mosquitera y a la intemperie en medio de la oscuridad de la nada. Todo a mi alrededor es noche oscura y cerrada, ya que la escasa luz con la que contamos depende del generador del hospital y de si se están llevando a cabo operaciones en quirófano. Me cuentan que si oigo llorar en medio de la noche no me asuste: significa que ha fallecido alguien y los familiares, que esperan fuera pacientemente durmiendo a la intemperie día y noche, deben ejercer su fiel misión de plañideras ya que aquí la religión es el principal estandarte al que se aferra la gente y rezar su única esperanza para despertarse con vida al día siguiente.

Misión de Gambo en Etiopía
Misión de Gambo en Etiopía

Ayer tuve mi propio calvario nada más llegar al hospital. Más de 10 horas de viaje en jeep sin aire acondicionado y bajo un calor sofocante de 44 grados a la sombra. Lo llevé bastante bien durante el camino hasta que puse el primer pie en el hospital y caí inconsciente, casi sin tiempo de llegar a la cama. Mi primer instinto fue tumbarme en el suelo para no caerme, quitarme toda la ropa y abanicarme con una cortina que encontré polvorienta y desvencijada ya que lo que me quedaba de agua potable se había calentado a temperatura ambiente y era intragable. Sudores fríos por todo el cuerpo y calambres en las manos y en los pies y muy poca fuerza para gritar socorro en medio de un mundo totalmente irreal para mí y que necesitaba mucho más auxilio que yo en esos momentos. Me pareció tan egoísta por mi parte que intenté aguantar como pude y pasar el trago sola. Afortunadamente todo acabo en un susto y el calor fue remitiendo a lo largo de la tarde hasta el anochecer, que me permitió salir sin miedo de casa y comer un poco y charlar con el equipo de médicos italianos que llevan aquí 3 semanas operando y que nos contaron sus desventuras del día con la tribu de los bororós. Habían tenido tres ingresos de urgencia durante la tarde: una mujer de la tribu con una flecha clavada en la espalda, un militar que se había disparado su propio fusil y varios heridos de bala por las bandas de asaltantes en los caminos de la carretera que conduce a los pozos de petróleo de Komé. Nos enseñan las fotos de los pacientes. Para ellos, lo más normal del mundo. Llevan 3 años viniendo aquí a operar. Y piensan seguir haciéndolo. Escalofríos. Pesadillas nocturnas. ¿De verdad existía este mundo y yo no lo conocía? ¿En qué lugar estaba viviendo hasta ahora y cuál es esta otra realidad paralela? Todos son interrogantes desde mi llegada. Sigo intentando encontrar las respuestas.

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Publicado por Doris

Muchas cosas no se pueden averiguar pensando, hay que vivirlas (Michael Ende)
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