Me piden que siga escribiendo y aquí estoy. Encantada y con ganas de palique, practicando el turismo conventual a pleno pulmón. Infiltrada entre hábitos. Después de varios días visitando abuelitos en Macao, llorar amargamente por lo injusto que es el final de la vida y enjuagar mis lágrimas con un Frappuccino del Starbucks, estoy lista para el próximo destino: Leprosería de Ngai Sai, en China.

De Macao a China las colas en la aduana son mortales. Hordas de gente en filas apelotonadas. Por fin cruzamos la frontera. Zhuhai. Ya estamos en China continental. Lo sé porque todos los sitios se llaman el Buda Feliz, Hotel Friendship o Charming Holiday Hotel. Los nombres chinos son siempre una oda al buen rollo. Mientras hago esta reflexión en la calle, a mi lado, una china me mira un poco y escupe al suelo. No sé que pensar.
3 horas de furgo y 2 biodraminas. Un trayecto con monjas a bordo es siempre una incógnita. Lo mismo te cantan “Doestratodevarón, Reselváticoanimaaal”, que te rezan un rosario, que te sorprenden con las novedades del último Concilio. Una idiosincrasia que acepto encantada porque, aunque me llevan a lugares recónditos, sé que ellas conocen bien el terreno, y me siento protegida. Me siento como Audrey Hepburn dentro de Tiffany en Desayuno con Diamantes, en esa furgoneta… “nada malo me puede suceder”.

Llegamos a Ngai Sai. Una piensa que porque va a una remota leprosería en la exótica China, se va a encontrar con un recinto amurallado sucio, lleno de mendigos harapientos hacinados por los suelos, gritando de dolor y tirándote del North Face. No, no. Al coger un desvío de una autopista de peaje, en la colina junto al río Ngai Mun, asoma el Leprosarium. Un austero resort campestre de casitas y zonas comunes monísimo.
Mucho bicho. Todos grandes. Mariposas como alfombras voladoras y coleópteros como cazas de combate. Mucho perro también. Todos gordetes, porque luego se los comen. Una monja hace ruido con las chanclas al andar para espantar a las serpientes. Le pregunto si hablamos de la “cobra” o la “cascabel”, que son las únicas que conozco. Me dice que no y eso me tranquiliza. Qué sabia es la ignorancia. Hasta aquí mi aportación sobre la flora y fauna local.
Las monjas me hacen la ruta de rigor por “la isla”. Que no es isla, en realidad, pero lo usan como metáfora de paz y aislamiento. 6 Hermanas de las Anas atienden a 86 leprosos y leprosas. Curan, escuchan y consuelan. Conviven en armonía dentro de galerías amplias, cada uno tiene su habitación, otros incluso casa propia. Cultivan sus huertos, cuidan animales, tienen su dispensaría, talleres, cocina comunitaria, lugar de culto, cementerio… Un pueblo, vamos. Algunos llevan más de 70 años en esta leprosería centenaria. Toda una vida, que diría el bolero.
Mientras paseamos por sus inclinadas callecitas empedradas, los protagonistas van saliendo a escena y mis alertas de hipocondria se disparan. Me subo los calcetines hasta la ingle y cuando me dispongo a enfundarme en mi armadura ergonómica de latex… La monja me mira triste y comenta que les resulta ofensivo, que bastante tienen, que estoy en su casa. Y que además ninguno está en fase contagiosa desde hace años. Así que me encomiendo a la madre Ciencia y a la diosa Estadística y me sumerjo a pelo en su mundo imperfecto. Más imperfecto, digo.

Me van presentando y, por supuesto, no me quedo con ningún nombre. Mi memoria mosquitil solo me da para recordar los de las 6 monjas, como mucho. Sí recuerdo el de Waahk Wah. Pintor de Shu Fa, caligrafía china. Cuando muestro curiosidad, en seguida saca todos sus cuadernos y láminas. Adoro a los artistas. Les masajeas un poco el ego y rápidamente despliegan sus encantos mostrándote todo su colorido plumaje para que se te pongan los ojos en blanco de admiración. Es universal. En Williamsburgh, Vallecas o aquí. Aunque, con este caballero, siento que desde hace tiempo nadie se entusiasma con su pintura…ni con él. Así que le hago fotos sin parar como si fuera una celebrity.

Uno de los talleres es de zapatos ortopédicos. Sirven a otras 64 leproserías del país. Un holding de las prótesis. Parece el taller de los horrores. Primero me provoca rechazo, es como estar en una fábrica de ataúdes, pero luego pienso en lo afortunado del lugar: se fabrican “cosas” que les devuelven la dignidad que la enfermedad les roba. Aparatos que les mantienen de pie, les dejan andar, coger un tenedor o acertar en la tecla del mando de la tele si quieren. Magia artesanal.

Ya en la sala de curas tengo visiones terroríficas. Ellos esperan a ser atendidos y yo hago como que no me fijo en que a todos les faltan dedos, manos, piernas y pies. La lepra te come el cuerpo sin tu permiso. Empieza por las extremidades y llega hasta donde le dejes. Una enfermedad que ya no mata pero que te acompaña siempre.
4 monjitas -1 médico y 3 estudiantes de enfermería- hablan animadamente con ellos de la recogida del cacahuete, que parece que ahora es temporada. Meten bastoncillos de Dermasilk untados en Betadine por los interminables orificios de las heridas. Entran centímetros y… centímetros. Siguen charlando de la cosecha de la acelga pero me mareo y me tengo que salir.

Asada y mareada, vuelvo a la casa a beber agua y a escurrir la camiseta. Voy dándole vueltas a si me ha tocado alguno de ellos o no, y pensando que, vale, que sí, que no es contagiosa, pero yo mejor, si no me tocan. Me emparanoio y quiero ducharme con aguarrás. Entonces me cruzo con una monja que sube a la enfermería y me saca de mi espiral con un “ni hao!!!!” a grito pelado. Entonces vuelvo a pensar: aquí están ellas, otra vez donde nadie quiere estar, tendiéndole la mano a la muerte.
También te puede interesar...
- El asilo de Macao en China: heroínas en la sombra
- La turista conventual en Ngai Sai, una leprosería china
- Un día en el psiquiátrico
- Viaje al centro de la Tierra… Santa
¿Qué puedo decir? Me he enganchado a este blog. Tan real, tan crudo y sin embargo no puedes dejar de sonreír ante la perspectiva de cómo es narrado. Espero que esto continúe, sea en China, Vladivostok o en Nueva York!
Espectacular y divertido artículo sobre una realidad tan triste como una leprosería. Me alegra ver que haya gente que dedique su vida a devolverles la dignidad. Un saludo!
Sigo pensando que la realidad es múltiple, según quien la vea o quien la cuente. Maravilloso
profundidad filosófica aderezada con humor a lo Sophie de las chicas de oro.. wonderful
Me encanta tu estilo y tu valor. Yo, simplemente, me hubiera desmayado en el primer minuto
Boff. Buenísimo el artículo y cómo está contado. No me extraña que 3viajesaldía quiera que sigas escribiendo, Ana. Eres una artista de la pista.
Como haces para transmitir tantos sentimientos, emociones, imágenes, y demás vivencias, con el arte de la pluma?
Consigues despertar rabia, caridad, coraje, y… mirar hacia atrás.
He empezado a viajar con tu cámara, y me siento como el niño en la cola de su atracción favorita…Cual será el próximo?
«CHAPEAU» Jefa.
[…] de viajes 3 Viajes al Día. La turista conventual en Ngai Sai, una leprosería china. 29 julio […]
[…] blog 3 Viajes al Día. La turista conventual en Ngai Sai, una leprosería china (The conventual tourist i…. July 29th, […]