En India, algunas personas deciden prescindir del olfato por cuestiones de supervivencia y otras sienten cómo se les agudiza, no se sabe muy bien la razón. En mi caso, pertenezco al segundo grupo, no soy especialmente aguda en cuanto a aromas, pero nada más llegar a Jodhpur, la ciudad me enganchó, por encima del ruido, del traqueteo de los autoricksaw, de la contaminación y de la fina capa de polvo que se levantaba desde primera hora de la mañana, olía a especias.

El aroma te acompaña por cualquier rincón. Curry en la calle principal, cominos al parar en la plaza, una pizca de cardamomo a la vuelta de la esquina, o cúrcuma al tomar un té en la terraza del hotel. Las especias son parte de la identidad de Jodpur, al igual que lo es el característico color azul de sus casas o el impresionante fuerte de Mehrangarh.
Hace ya más de un año que volvimos de nuestro viaje, pero hoy, al abrir un armario de la cocina, los coloridos botes de especias comprados en Jodhpur y enviados a casa por transporte marítimo, me han recordado los paseos sin rumbo por su laberíntico mercado o los inolvidables hallazgos de terrazas elevadas sobre el caos, dónde el ruido llega amortiguado y el aromático y sensual aroma de la ciudad invita a disfrutar del paisaje con calma, ante un desayuno o una sabrosa cena en el país de las especias.

El fuerte de Mehrangarh
A las faldas de la montaña del fuerte de Mehrangarh, en un entramado de calles en las que es imposible mantener un rumbo fijo, se extienden las casas azules de Jodhpur. Esta curiosa tonalidad que inicialmente diferenciaba las casas de los brahmanes, se adoptó en toda la ciudad para ahuyentar el calor, y según parece, también a los mosquitos.

Como rodeado por un mar azul que billa bajo el implacable sol del Rajastán, se alza el fuerte de Mehrangarh, construido siguiendo la forma de la montaña y perteneció al marajá de Jodhpur. Después de la independencia india los marajás perdieron todo el poder político, pero mantuvieron sus títulos de forma honorífica. Ahora, reconvertidos en florecientes empresarios del siglo XXI, mantienen facetas filantrópicas.
Un buen ejemplo es el marajá de Jodpur, que restauró la fortificación y todos sus edificios interiores, convirtiéndolo en un museo. Para ser India, la visita está realmente bien documentada y el precio de la entrada incluye una audioguía que nos va transportando entre celosías y voluptuosas seda a otro mundo, el de la floreciente riqueza de los marajás del Rajastán.


Aunque sufrió numerosos asedios a lo largo de los siglos, sólido e inexpugnable, el fuerte de Mehrangarh nunca fue conquistado. Su inmensa muralla parece salir de la misma montaña como una prolongación misma de la roca, guardando de intrusos un laberíntico interior de patios y palacios que nos transportan a un cuento de las mil y una noches.
A más de 35 grados al sol, las sombras de sus construcciones alivian y nos descubren jugosos secretos, como los balcones ‘escondidos’ desde donde las esposas del marajá espiaban a los visitantes durante las audiencias políticas. Quizá no tenían voz pública, pero sí oídos e influencia en las decisiones y luchas de poder de los reinos del Rajastán.
Con los sentidos estimulados y el paladar alerta descubriendo nuevos sabores, no queríamos irnos de Jodhpur, pero sobre todo, no queríamos abandonar el paraíso de las especias sin aprender algunos de sus trucos, de sus sencillas pero ricas recetas siempre aderezadas con una pizca de 4 o 5 especias.
En el próximo post sobre India, os contamos cómo nos fue en nuestro curso de cocina.
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