Un estado de ánimo llamado Agde

Un estado de ánimo llamado Agde

Hay lugares que parecen destinados a inducir un determinado estado de ánimo y Agde, la ciudad cansada y una de las más antiguas urbes de Francia resulta ser un escenario perfecto para mis propios cansancios, para mis tristezas.

Quizá sea por esto que recorrer sus callejuelas más viejas, desgastadas y obtusas me suponga un paseo tan agradable y relajante, de contemplación, de aserción, tranquilo y reconfortante. Un estado de ánimo no tiene ubicación física, pero eso no me impide intentar asociarle un lugar, buscarle un ancla donde agarrarse, un disparador que despierte de nuevo las sensaciones en mi cerebro. Nada más apropiado que observar portales semi derruidos, anexos a ventanales cerrados a cal y canto; ropa extendida e inerte, trapos casi tan viejos como las casas y los balcones que los sustentan. El abatimiento y el misterio se acrecientan en una ciudad desconocida –para mí– como ésta. Seguir distrayendo la vista por entre manchas de humedad, cicatrices urbanas indefinidas en suelos y paredes, rejas oxidadas, fachadas enfermas, números de casas viejos y ajados. Imaginar historias conclusas o simplemente olvidadas, largamente olvidadas, que no aparecen señaladas en ningún mapa turístico. Existe en el casco antiguo de Agde un silencio y una paz plomizos, tan densos e impenetrables que no osamos romperlos ni los turistas ni los gatos que abundan por aquí, seres animados compitiendo en ocioso aburrimiento y curiosidad.

Todo lo percibo en Agde apagado, teñido de sopor y de tristeza, confortablemente añejo; pero por supuesto sólo me fijo en lo que me interesa. Me indican en la oficina de turismo que haga un recorrido por el casco viejo, incluso me han dado un pequeño plano con un montón de puntos de interés señalados, todos a escasos metros entre sí, ubicados en edificios antiguos que narran la historia de una ciudad de más de 2600 años, aunque ya en ese momento me figuro que poco o nada queda de la Agde previa al siglo X. Pero parte de la antigua muralla perdura, maciza, bellamente ennegrecida por el paso del tiempo y los avatares de la vida que la sigue circundando. Lo mismo se puede decir de la imponente catedral románica de Saint-Etienne, lugar privilegiado con vistas al río Hérault.

Y arranca uno a pasear por estas calles estrechas y empinadas, irregulares, de giros y recorridos caprichosos. Es tremendamente fácil instalarse en una cierta nostalgia y melancolía cuando se pasea por Agde, aunque curiosamente no figure como uno de los reclamos de la pequeña guía turística que guardo en el bolsillo del pantalón, y que no consulto en absoluto. Dichosa nostalgia, ¿y por qué la melancolía? Intuyo que se trata de un simple acuse del tiempo, de saber que yo también guardo callejuelas torcidas y abandonadas en mi memoria, puertas cerradas a recuerdos que son cicatrices fruto de eventos que hace demasiado tiempo que dejaron de tener importancia o ningún sentido, pasajes estrechos que ya no conducen a ninguna parte. Y aún así, sé que este casco antiguo desordenado y de aspecto ya algo ruinoso que hay en mi cabeza contiene mi identidad, como sucede con Agde.

El viaje, hace un tiempo aprendí que uno lo lleva dentro y lo va viviendo allá por donde pasa, mostrándoselo a uno mismo primeramente, proyectándolo en otras personas y lugares después: da bastante igual cuáles sean estos. Creo que esto no es algo que se pueda intuir con veinte, ni con treinta años. Así, esta melancolía quizá no sea propia de Agde después de todo, pero prometo que se trata de un lugar totalmente inductor, deliciosamente propicio para darle rienda suelta.

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
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