El peso de la historia y de una catástrofe pesa sobre Hiroshima. Al acercarnos a la ciudad es imposible no imaginarse las calles, su espíritu. Intentar adivinar cómo sigue con su vida o lo que quedó de ella una población rodeada de escombros y cenizas, con la losa de unas secuelas que se perpetuarán durante décadas en sus calles y a lo largo de siglos en la memoria.

Tan sumidos en estos oscuros pensamientos está el visitante, aún más extranjero en Japón, que cuando llega a Hiroshima y comienza deambular por la calles de la ultramoderna Hiroshima, renacida de sus cenizas con un ímpetu asombroso, sólo nos queda la perplejidad.
La vida nunca dejó de fluir por las venas de esta enérgica ciudad, que a pesar de tener un ritmo algo más calmado que sus hermanas mayores Tokyo y Osaka, contagia de esa vitalidad que fluye bajo la superficie, como todos los sentimientos en Japón, subterráneos, pero imparables.

La ciudad transmite esperanza y una increíble fuerza de voluntad por recomponerse tras el desastre. La amabilidad de sus ciudadanos, la buena disposición de los tenderos del mercado, o el entusiasmo desbordante de los cocineros de Okonomiyakis, una especialidad de la ciudad que es obligatorio probar, contagian de esa energía especial, siempre con acento japonés.
Y mientras los ciudadanos hablan de futuro, el único testigo vivo de la desgracia, el Dome, nos recuerda los peligros de las armas nucleares desde sus entrañas, exponiendo sus muros, los pocos que quedaron en pie, sobre un fondo de rascacielos y copas de árboles encendidas con el rojo otoñal.
Hiroshima Peace Memorial Museum
Empujados por esta vitalidad, nos dejamos llevar por sus calles en un noviembre lluvioso y otoñal hasta el Hiroshima Peace Memorial Museum. Este monumento, que tendría un carácter victimista o de rencor en otro rincón del planeta, en Hiroshima se ha convertido en un monumento por la paz con un objetivo claro, convencer al mundo de la necesidad de erradicar las armas nucleares.

El museo respira buen gusto y honestidad. Al comenzar el recorrido nos introducimos en una compleja trama de eventos políticos y militares que marcan ‘Los antecedentes’ de la explosión de la bomba Atómica en Hiroshima y Nagasaki. Con esta lección histórica, el museo japonés entona el mea culpa recordando cómo el gobierno nipón convirtió a Hiroshima en una ciudad volcada en la industria militar. Cómo. algo más tarde. el ataque a Pearl Harbour dio el pistoletazo de salida a la Guerra del Pacífico, que desembocaría en el lanzamiento de las bombas nucleares en Japón por parte del ejército estadounidense.
Ya ensimismados en uno de los periodos de la historia reciente más convulsos y también complicados, llegamos a la parte más científica del museo, donde se exponen los pormenores de las decisiones políticas y las investigaciones científicas que hicieron posible ‘La creación de la bomba’.

El drama comienza ya a mostrar su garra en la tercera parte del Hiroshima Peace Memorial Museum, ‘El lanzamiento’. Uno se queda perplejo ante las decisiones que llevaron a la elección de los objetivos donde se lanzarían las bombas atómicas. Reuniones de gabinete donde se discutía sobre la eliminación de la vida en kilómetros a la redonda de diferentes zonas de Japón, de manera algo arbitraria y ligera, como el que discute sobre la próxima campaña política.
Y después de esta magistral lección histórica, llega la parte más humana, aquella que nos recuerda en macro datos los devastadores efectos de la bomba, pero también las historias mínimas, individuales, que nos miran a los ojos desde instantáneas en blanco y negro, tonos que cubrieron la ciudad incluso en una realidad tecnicolor.
Porque si la destrucción inmediata en Hiroshima impacta, lo que en realidad va tejiendo el nudo en la garganta con el que se abandona el edificio del Hiroshima Peace Memorial Museum son las secuelas que quedaron adheridas a la piel de los supervivientes y a los muros de los escombros.
Con esta comezón interna y una mayor certeza de la magnitud de la estupidez humana, salimos del edificio. Era ya de noche, el museo iba cerrando salas y puertas detrás de nosotros, pero en el exterior, a pesar de la lluvia que seguía barriendo la enorme explanada frente a la llama de la paz, el fuego no se apagaba, porque sólo lo hará el día en que las armas nucleares hayan desaparecido de la Tierra.
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