El pecado de Steve McCurry

El pecado de Steve McCurry

Se puede decir que la pesadilla para Steve McCurry comenzó de la manera más inocente, como suele pasar. Hace tres semanas, en una de sus multitudinarias exposiciones, el también fotógrafo Paolo Viglione se percató de que en una de las fotos expuestas de Steve algo no estaba bien, que una parte del poste de una señal de tráfico aparecía flotando incomprensiblemente en mitad de la foto, como si hubiera sido retocado burdamente en Photoshop. Publicó la anécdota en su blog, y a partir de ahí comenzaron a aparecer nuevas fotos retocadas desatándose una polémica que todavía sigue dando nuevos capítulos.

Steve McCurry es, junto a Sebastiao Salgado, uno de los fotógrafos más conocidos a nivel mundial, y de los pocos que han trascendido los círculos fotográficos. Todo el mundo lo asocia a la icónica foto de la chica afgana de ojos verdes y también a otras fotos exóticas, tremendamente coloridas, bellas y delicadas de escenas captadas en Asia. McCurry se inició hace cuatro décadas en el mundo del fotoperiodismo, cuando el joven de los 80 decidió viajar por su cuenta a Afganistán a documentar la encarnizada guerra entre rusos y afganos. Ya desde sus comienzos siguió una trayectoria fulgurante y diferente a los demás, siempre en el ámbito del fotoperiodismo.

Sus trabajos le han traído desde entonces portadas en las publicaciones más prestigiosas del mundo, exposiciones en las mejores galerías, venta de fotolibros, conferencias, reconocimiento multitudinario y veneración para una verdadera legión de fotógrafos profesionales y amateurs especializados en la fotografía de viajes. Se puede decir que Steve McCurry es, de hecho, el Dios de la fotografía de viajes. El norteamericano ha presumido siempre de la vertiente humanista de sus fotos, donde el ser humano siempre es el protagonista, visto con respeto y una curiosidad y admiración insaciables. Su cuenta de Instagram tiene millón y medio de seguidores, para que nos entendamos en métricas de hoy en día.

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Prácticamente se puede decir que la carrera profesional de Steve McCurry había sido un camino de rosas hasta ahora. Pero tras destaparse unas prácticas de retoque poco éticas en relación a la tradición del fotoperiodismo y de la fotografía editorial –lo que se suele decir una auténtica pillada–, Steve culpó directamente a uno de sus asistentes (quien se supone realizó los retoques a la foto en cuestión), lo despidió y argumenta ahora que él se considera un contador de historias, no un fotoperiodista como parece ser que todavía se le sigue viendo. Vamos, que tiene licencia para hacer con sus fotos lo que le venga en gana para conseguir transmitir historias y conceptos, ya sea recortando, clonando, borrando sujetos, brazos, señales de tráfico, cambiando colores o lo que haga falta… Aunque en una reciente entrevista para Time, y dada la magnitud de la polémica, vino a decir que «a partir de ahora ya no haré más Photoshop, o lo haré en menos cantidad, sólo para retocar ligeramente».

No parece muy coherente cultivar durante toda una vida profesional la imagen de fotoperiodista y el aspecto humanístico de su trabajo, para luego ir borrando sin miramientos a los humanos fastidiosos que estropean sus composiciones perfectas… Aunque Steve McCurry no deja de ser uno de los exponentes más conocidos de la fotografía de viajes edulcurada y marketiniana que vendemos y consumimos en estos tiempos de Internet: paisajes gloriosos, idílicos y cargados de tópicos y exotismo, ya sean de naturaleza o urbanos, donde no se permite que el más minimo detalle estropee la foto perfecta: eso no vende, y Steve McCurry es ante todo una empresa en movimiento que tiene un producto que vender.

Su visión es característicamente romántica e idealizada del Tercer Mundo, de los pueblos y costumbres que desaparecen, del exotismo asiático de cara a los ojos de un occidental: esa parece ser la marca McCurry, y por ello nunca encontraremos elementos de modernidad en sus fotos de la India; sí personajes misteriosos con pinta de místicos, en la extrema pobreza o al contrario fulgurantes en belleza y vestimenta, siempre envueltos en unos colores hipnotizantes: nunca un termino medio. Esto hay quien lo considera manipulación, que no se sabe si parte de una necesidad del público de consumir este tipo de imágenes –evocadoras y reconfortantes en lo que confirman una imagen de un mundo remoto, romántico, misterioso y atrasado–, o es el fotógrafo el que ofrece siempre el mismo producto con admirable precisión.

En realidad todos hacemos manipulación en nuestras fotos al centrarnos en unos aspectos de la realidad por encima de otros, y hoy en día buscamos más que nunca las satisfacciones estéticas y el consumo rápido mediante el efectismo en nuestras fotos, para obtener muchos ‘me gusta’ insustanciales y vacíos en las redes sociales, para saciar esa necesidad fundamental humana de ser queridos y aceptados. Fotos superficiales es lo que producimos, a todas horas y en enormes cantidades. Pero además, si le echamos días de trabajo en Photoshop y cambiamos totalmente los elementos que captaron la lente y la película o el sensor… Entonces estamos además ante otra cosa que se llama ilustración digital, como el Sr. McCurry.

En febrero de este año vi una exposición suya en la galería Beetles & Huxley de Londres, y he de reconocer que me gustó y que me había reconciliado un poco con su fotografía, que antes denostaba por considerarla demasiado efectista. Fotos expuestas de diferentes etapas en su carrera profesional, que por cierto él vende a miles de euros… Pero ahora no puedo evitar pensar cuántas personas y manos y postes y carros y qué sé yo más habrá alterado digitalmente para conseguir esas fotos tan limpias. El mal ya está hecho.

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Y pienso que, prácticamente de su misma quinta, Don McCullin quedará como el fotoperiodista humanista por antonomasia, un titán que curiosamente no es muy conocido fuera de los países anglosajones y que ahora en su retiro se dedica a hacer fotos de la naturaleza de su tierra en Somerset, en Reino Unido, reconciliándose con sus fantasmas del pasado y hastiado de unos seres humanos que no tienen arreglo y siguen en conflicto perpétuo. James Natchwey es otro ejemplo de fotoperiodista íntegro y excelente, ahí sigue en activo y justo en estos días ha recibido el premio Princesa de Asturias de Comunicación por su labor informativa y humanitaria. Otro excelente foto periodista del que aprender de su trabajo e integridad.

Les tengo además respeto a fotógrafos como Don, James y Steve porque me parece que tienen cosas que anhelo y muy difíciles de conseguir: tiempo y acceso, una insaciable curiosidad y una maravillosa capacidad para canalizar ideas y emociones en sus fotos. Pero parece que Steve ya no tiene tiempo, de hecho, me temo que ningún fotoperiodista dispone de él hoy en día: pero en el caso de Steve, ¿no se podría haber esperado a una nueva oportunidad para conseguir una mejor versión –bajo sus altísimos estándares– de cualquiera de esas fotos? Haber estado rondando esos lugares durante más tiempo, más días, estudiar los fondos con detenimiento, reflexionar y prepararse para una toma y una composición perfectas –de nuevo para él–… Esperar y trabajar nuevas oportunidades de conseguir mejores versiones de sus fotos in situ, a pesar de que ahora con la fotografía digital lo tiene infinitamente más fácil que antes. ¿No es eso lo más complicado en el mundo de la fotografía, lo que distingue a los grandes del resto? ¿Y no se dedica precisamente a eso, en cuerpo y alma? Pero parece que no, me imagino que a Steve le debe escasear el tiempo, o quizá se ha hecho vago gracias a las nuevas tecnologías. Después de todo, el tiempo es dinero como se insiste tanto hoy día, y su agenda debe ser apretada: mañana una charla en tal evento, la semana que viene un workshop en la otra punta del mundo, etc.

Es este señor un constructor de mundos perdidos y olvidados, evocador de paisajes prístinos que todavía existen en nuestro planeta, retratista consumado de un continente asiático exótico para los ojos occidentales. Pero también prisionero de una estética característica que ha ido construyendo con los años, enormemente exitosa y popular, o quizá todo lo contrario, liberado ahora de preconcepciones y ataduras en cuanto a su técnica y su arte, que sabe perfectamente lo que funciona a nivel comercial y lo quiere explotar al máximo. Es este el Steve McCurry del calendario de chicas Pirelli y del café Lavazza, el de los decorados híper retocados y los motivos en primer plano nitidísimos y coloridos, sonrientes o con la mirada muy digna, el que valida nuestra preconcepcion simplista y unidimensional de África y de Asia, el de las fotos bonitas pero sin muchas veces fondo ni sustancia. El que, a pesar de todo, continua siendo prisionero en cuanto a cómo se define a sí mismo y se vende a los demás, quizá por confusión o por miedo: un fotógrafo humanista que ahora es un storyteller, cualquier cosa que signifique eso pues da manga ancha para entrar muchas prácticas ahí, y quien ha salido al paso torpemente ante las recientes críticas, defendiendo su licencia para clonar en Photoshop.

Quizá el único pecado de Steve McCurry sea el no ser transparente y sincero consigo mismo y con los demás, el no aceptar con mayor firmeza y dignidad su manera actual de entender la fotografía –perfectamente respetable–; el seguir amortizando una trayectoria ilustre y continuar sacando partido a unos valores que ya no trabaja o en los que ha dejado de creer, una herencia sumamente útil que le empieza a estorbar. Quizá todavía no era el momento para soltar amarras de ese puerto seguro. Pero que tire la primera piedra quien lo tenga siempre todo claro y no haya respondido de manera torpe a una pillada monumental…

Fotos:

  • Afgan girl acrylic, por pilarouro
  • Exposición en la galería Beetles & Huxley, por Manuel Aguilar
#fotografia#fotografia de viajes

Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
4 comentarios
  • Es una pena que este tipo de personas se crean inmunes a que los puedan pillar. Y estoy de acuerdo contigo, al primero que se engaña a él mismo. Es una pena porque teniendo el ojo fotográfico que tiene, su visión estética y su propio estilo (que nos es fácil en este mundo) creo que no tiene necesidad ninguna de hacer estas cosas. Muy buena reflexión, da gusto.

  • Totalmente de acuerdo, además de que nos deja un mal regusto de boca: que se puede hacer una mierda de foto (con perdón) y no pasa nada, porque echándole horas a Photoshop se ‘mejora’.

    Quizá es ir a contracorriente en estos tiempos, pero creo que la foto hay que trabajarla al máximo a la hora de tomarla, para bien y para mal.

    Gracias por comentar 🙂

  • Espero que todo bien Manuel. Antes de llegar a este post (a través de alquien que lo comparte en FB) y después de lo hablado hace unos días en Italia sobre fotografía, fotógrafos, fotografía de viaje, me preguntaba que pensarías de esta noticia que también había leído antes…casualidad o no di con la respuesta recién. Yo creo que no hay lugar a explicaciones rápidas como las que dio el fotógrafo. Es un estilo de retratar el mundo de hoy en día muy masificado con excepciones, la manipulación constante institucionalizada….una reflexión extensa que refleja mucho lo que pienso y lamento no pongo en práctica…yo al menos pasé por experimentar con tantas cosas «Photoshop, Lightroom….imagenes perfectistas, atardeceres empalagosos» pero siempre termino desilusionado con lo que hago…..sigo en la búsqueda de fotos que me den ganas de ser mostradas :O….un abrzo (estos días estuve dos días en Barcelona y por primera vez dejé el zoom y salí con el lente más clásico….anduve experimentando sin filtros, sin zoom, sin atardeceres también, aunque ya lo hacía, creo que las secuelas de lo hablado días atrás)…continuará

    • Me alegro mucho de verte pasar por aquí Matías!!!

      Recuerda que tenemos que leer/escuchar la carta de Sergio Larraín a su joven sobrino, cuando éste le pedía consejos para ser fotógrafo… Ahí residen el corazón y las verdaderas razones para hacer fotografía.

      Un abrazo!!

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