El Imperio Otomano contra Viena

A partir del siglo XVI -y durante más de doscientos años-, dos imperios poderosos chocarían en Centroeuropa por el control del Danubio: el Imperio austríaco de los Habsburgo y el Imperio Otomano. Viena resultó ser uno de los principales escenarios del pulso entre estos dos titanes, y sufrió en dos ocasiones el asedio del ejército turco. Su casco urbano quedaría marcado para siempre.

Cristianos y Otomanos

El Sitio de Viena, 1529

El Sitio de Viena, en 1529, fue el primer intento del Imperio Otomano de capturar la ciudad de Viena, y con ello avanzar en pos de la conquista de la Europa Occidental. La marcha estuvo liderada por el Sultán Sulimán I el Magnífico, que venía de conquistar Hungría (batalla de Mohács, en 1526) y de expandir el imperio turco a su máxima expresión.

Asedio de Viena por el Imperio Otomano

A pesar de contar con una fuerza de entre 120.000 a 300.000 hombres, ya la marcha a la capital austríaca fue muy dificultosa para las fuerzas de Sulimán I, debido a la dura climatología que les acompañó desde el inicio de la campaña, el 10 de Mayo de 1529, hasta su arribada a las murallas de Viena, a finales de Septiembre.

La plaza contaba con pocos defensores, no más de 10.000, pero en vistas a lo que se avecinaba los soldados de los Habsburgo, bajo las órdenes expertas de Niklas Graf Salm, de 70 años, reforzaron las murallas y levantaron nuevos bastiones y rampas allá donde fue necesario.

Después de un mes de sitio y sin haber podido dinamitar las murallas ni adentrarse en la ciudad tras numerosos asaltos, Sulimán I tuvo que tomar la determinación de retirarse, ya que el sitio se preveía muy largo y el duro invierno que se avecinaba no iba a ser muy soportable para unas tropas debilitadas y desmoralizadas. De todas formas, la retirada fue penosa debido a un invierno adelantado y especialmente duro, y a las dificultades que encontraron los otomanos en todo el camino de vuelta a Constantinopla.

Soliman I El Magnífico

Ésta y sucesivas campañas militares demostraron que Viena estaba situada en el límite de distancia que podía manejar la capacidad logística del imperio otomano. De todas formas, el primer sitio de Viena no fue del todo desastroso, ya que Sulimán I afianzó su control del sur de Hungría e inflingió tanto daño al resto de tierras austríacas por las que pasó que el rey Fernando I no pudo contrarrestar la osadía musulmana con un contraataque.

Por otra parte, Niklas Graf Salm se erigió en el héroe indiscutible del enfrentamiento, y murió poco después de las heridas infringidas en el último asalto turco. Fernando I erigió un monumento funerario en su memoria, para expresar su gratitud al gran defensor de Viena. Este sarcófago renacentista se puede visitar actualmente en el batisterio de Votivkirche de Viena.

Se dice que el emperador Maximiliano II, hijo de Fernando I, construyó su palacio de verano (Neugebaeude) en el asentamiento que Sulimán I El Magnífico utilizó para montar su tienda de campaña.

La batalla de Viena, 1683

Juan III Sobieski en la batalla de Viena

A finales del siglo XVII, el Imperio Otomano volvía a estar en disposición de avanzar en sus conquistas europeas, y de nuevo fijó su mirada en la ciudad de Viena como primer bastión importante a poseer.

La captura de la ciudad de Viena hacía tiempo que era un objetivo estratégico para el Imperio Otomano, debido a su situación geopolítica privilegiada: Viena gestionaba las rutas comerciales de Centroeuropa y dominaba la navegación por el Danubio.

Hacía más de 100 años (1529) que había fracasado el primer asedio turco a Viena, por lo que esta vez el Imperio Otomano se preparó a conciencia para el nuevo asalto. Estos preparativos incluyeron el reclutamiento de un ejército de 138.000 hombres así como la reparación y construcción de nuevas carreteras y puentes para movilizarlo desde los Balcanes a Austria, y la creación de nuevos centros logísticos con los que abastecer al ejército de cañones y pólvora durante la nueva campaña.

En el ámbito político, el Imperio Otomano había estado ayudando militarmente a las facciones húngaras que querían liberarse del yugo de los Habsburgo, así como a los sectores protestantes que se veían amenazados por el catolicismo militante de Roma y Austria. En 1681, estas fuerzas húngaras, lideradas por Imre Tököly, fueron reforzadas significativamente por Constantinopla, que reconoció a Imre como rey de “la alta Hungría” (incluía el este de Eslovaquia y partes del noreste de Hungría), que había sido arrebatada años atrás a Austria. Este apoyo otomano incluía la promesa de entregar “el reino de Viena” a los húngaros si éstos les ayudaban en su conquista.

Durante el siguiente año, las tropas de Imre Tököly se dedicaron a hostigar a las tropas austríacas en la frontera, y varias incursiones de éstas en Hungría sirvieron como excusa a Constantinopla para mobilizar todo su ejército, al mando del Gran Visir Kara Mustafa Pasha. La declaración de guerra que siguió no dejaba dudas del futuro de Viena en caso de que cayera en manos turcas: Mehmed IV, Sultán del Imperio Otomano, escribió esta misiva a Leopoldo I, emperador austríaco: “Primeramente, le ordenamos que nos aguarde en su residencia de la ciudad de Viena donde procederemos a su decapitación. Le exterminaremos a Vd. y a sus seguidores… Niños y adultos, todos serán expuestos a las torturas más atroces antes de darles fin de la manera más ignominiosa imaginable…

La marcha del ejército otomano no se produjo hasta el 1 de Abril de 1683, bastantes meses después. La logística de la época no aconsejaba lanzar una campaña militar de semejante magnitud durante los rigores del invierno centroeuropeo, además de que la propia naturaleza feudal del ejército turco y su costumbre de ser desmantelado durante los meses de invierno para volverse a unir en Abril del siguiente año así lo exigían. Esto proporcionó un amplio margen de tiempo a Leopoldo I para preparar las defensas de su territorio y establecer alianzas con otras monarquías centroeuropeas.

Durante el invierno de 1682, los Habsburgo y Polonia concluyeron un tratado mediante el cual Leopoldo I defendería al rey polaco, Juan III Sobieski, si los turcos atacaban su capital, Cracovia, y a cambio, el ejército polaco asistiría a Viena en reciprocidad.

El 7 de Julio de 1683, 40.000 soldados tátaros a las órdenes del Gran Visir Pasha llegaron a 40 km de Viena. Doblaban en número a los defensores, y consiguieron que Leopoldo I y 80.000 vieneses huyeran de Viena y se refugiaran en Linz. En aquella época Viena no era para los Habsburgo lo que fue Constantinopla para el último emperador bizantino en 1453. La caída de Viena no habría significado el fin del Imperio, y por ello Leopoldo I decidió retirarse con la corte a Passau durante el transcurso de la contienda. Aunque Kara Mustafa hubiera conseguido ensamblar un ejército de 200.000 hombres, sus líneas de comunicación estaban tan estiradas que aunque hubiera tomado Viena no le hubiera sido posible avanzar más hacia el interior de Austria.

A pesar de todo esto, el rey polaco preparó una expedición de socorro durante el verano de 1683, cumpliendo con sus obligaciones del tratado con Austria, hasta el punto de dejar su propia nación sin defensas ante un eventual ataque de una fuerza extranjera. Sobieski advirtió al rey húngaro Imre Thököly de que no tratara de sacar provecho de esta situación bajo amenaza de acabar con su reinado de manera fulminante, cosa que Thököly desoyó igualmente.

El grueso del ejército turco arribó a Viena finalmente el 14 de Julio de 1683, donde le esperaban 11.000 soldados y 5.000 civiles austríacos que no quisieron capitular. Los vieneses habían demolido las casas que circundaban el exterior de las murallas de la ciudad abriendo una gran planicie que dejaría expuestos a los turcos en sus ataques. Kara Mustafa Pasha superó ese obstáculo ordenando a sus fuerzas que cavaran zanjas y trincheras en ese espacio alrededor de la ciudad.

Los 300 cañones otomanos estaban anticuados y no castigaban en exceso las murallas de Viena, así que los otomanos cambiaron de planes y se dedicaron a excavar túneles bajo las mismas con el objetivo de dinamitarlas y debilitar paulatinamente su estructura. En este punto, los turcos tenían básicamente dos opciones para conquistar la ciudad: tomarla al asalto o sitiarla durante meses. La primera opción era un éxito casi seguro, ya que superaban a los defensores en número de 20 a 1. Decidieron la segunda opción para minimizar las bajas y tomar la ciudad intacta, a costa de dar más tiempo a Leopoldo I para reaccionar ante la marcha de los acontecimientos.

Los otomanos impidieron el abastecimiento de la ciudad y hostigaron a los defensores constantemente, con lo que a finales de Agosto los vieneses se disponían a capitular, exhaustos y famélicos, sin posibilidad de resistir más el asedio y sin noticias de refuerzos. Para primeros de Septiembre, los zapadores turcos habían volado varias secciones de la muralla creando agujeros de hasta 12m de longitud, y los jenízares otomanos ya se preparaba para entrar en masa en la ciudad.

El 6 de Septiembre, el ejército polaco atravesó el Danubio por Talln, a 30 km al noroeste de Viena, y se unió a las fuerzas imperiales y al resto de tropas adicionales procedentes de Sajonia, Bavaria, Baden, Franconia y Suabia que habían acudido a la llamada del papa Inocencio XI para coaligarse contra el Imperio Otomano.

El ejército multinacional centroeuropeo se organizó bajo el mando indiscutible del polaco Juan III Sobieski y su caballería pesada, fuertemente motivado pues para ellos se trataba de defender la cristiandad. Kara Mustafa Pasha no consiguió cohesionar con tanta fuerza su propio ejército, también plurinacional, ya que las disensiones internas afloraron enseguida y fallaron entre otros el Khan de Crimea, que se sintió agraviado en varias ocasiones y no empleó sus 30.000 jinetes a fondo en la contienda, así como los aliados balaquianos y moldavos, que luchaban contra su voluntad como pueblo oprimido por Constantinopla.

Los otomanos ya habían comenzado el asalto en masa a Viena cuando la infantería polaca les atacó por el flanco derecho, pero lejos de desviarse de su objetivo, las fuerzas de relevo turcas siguieron entrando en la ciudad. Después de 12 horas de lucha, la caballería pesada de Sobieski, unos 20.000 jinetes que habían estado observando la batalla desde lo alto de la colina de Kahlenberg (el otro nombre conque se conoce la batalla), se abalanzó a la carga de madrugada sobre el grueso del ejército otomano acampado frente a las murallas.

El ataque estuvo liderado por el propio Sobieski, al frente de 3.000 lanceros húsares polacos. Esta carga rompió las líneas turcas, que ya estaban agotadas de por sí tras luchar sin cuartel durante horas. Además, los restos de la guarnición defensora de Viena se lanzaron al asalto junto a sus compañeros polacos. En menos de 3 horas, las fuerzas cristianas habían ganado la batalla y salvado Viena de la captura, mientras que los restos del ejército otomano huyeron hacia el sur y este. Tras el final de la batalla, Juan III Sobieski se dice que parafraseó a Julio César diciendo: “veni, vidi, Deus vicit” – “Llegué, ví, y Dios conquistó”.

Consecuencias

Los otomanos perdieron unos 15.000 hombres en la batalla de Viena, mientras que las fuerzas de los Habsburgo perdieron 4.000 soldados, 2.000 de ellos de nacionalidad polaca. Inmediatamente después de la victoria, se volvieron a reparar las murallas y fortificaciones de Viena, en espera de un posible contragolpe turco que nunca se produjo.

El 25 de Diciembre de 1683, Kara Mustafa Pasha fue ejecutado en Belgrado por orden del comandante de los Jenízares, según la costumbre otomana de la época: fue estrangulado por una cuerda al cuello que varios hombres procedieron a tensar con todas sus fuerzas desde ambos cabos.

En los siguientes dieciséis años, gran parte de Hungría volvió a ser reconquistada por el imperio austríaco, y al Imperio Otomano no le quedó más remedio que firmar el Tratado de Karlowitz por el que cedieron toda posesión de Hungría y Transilvania. Este tratado marcó el principio del declive del Imperio Otomano que nunca volvería a ganar territorio en la Europa del Este, y afianzó a la monarquía de los Habsburgo como la potencia dominante en Centroeuropa.

En honor de Juan III Sobieski, los austríacos erigieron una iglesia sobre la colina de Kahlenbert, al norte de Viena. La ruta de tren entre Viena y Varsovia es también llamada Sobieski en su honor. Como el rey polaco encomendó la protección de su país a la Virgen María durante su ausencia, el Papa Inocencio XI conmemoró la victoria extendiendo la festividad de la Virgen María a toda la Europa católica, mientras que hasta entonces sólo se celebraba en España y el reino de Nápoles. Esta festividad se celebra el 12 de Septiembre.

El periodo de amistad austro-polaca no duró demasiado sin embargo, ya que al poco de la liberación de Viena los austríacos ya estaban quitando importancia al papel de Sobieski en la batalla, y en menos de 100 años acabaron con la coalición polaco-lituana y se repartieron Polonia entre las naciones de Austria, Rusia y Prusia.

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
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