Diario de un viaje solidario en Honduras – La Ceiba (I)

Para aquellos amantes de los viajes, estos escritos suponen la experiencia de un viajero aún inexperto que pretende hacer de su vida un viaje. Hay muchas formas de viajar. Los hay que buscan en el viaje un mero descanso, los que viajan con sus familias, con amigos, para divertirse… No obstante, para este viajero, la manera más pura del viaje es el viaje solitario, sin una fecha, sin una guía o un rumbo a seguir.

En una calle comercial del centro de La Ceiba
En una calle comercial del centro de La Ceiba

Este tipo de viaje te hace un hombre distinto. Esta manera de viajar es volver a nacer en otro mundo, en otro tiempo, en otra vida. Supone perderse, encontrarse, ser adulto y ser niño, ser uno mismo y ser otro. Vagar en solitario es enfrentarse a uno mismo, descubrirse, renovarse. O como apuntaba Reverte en unos de sus libros africanos: “Viajar tal vez no sea más que un afán de aventura, la resistencia infantil del corazón a aceptar la vulgaridad y la rutina del mundo”.

Hace unos meses descubrí una nueva forma de viaje que esta empezando ahora a acoger a sus seguidores: El viaje solidario. Una manera de viajar y ayudar de forma voluntaria en aquellos proyectos de ayuda a los países mas desfavorecidos en la que, si es cierto que no cambiaremos el mundo, por lo menos sí dejarlo, cuando ya no estemos, un poquito mejor de lo que nos lo encontramos.

Por ello, para animar a la gente en este tipo de viajes, en el que queda tiempo de sobra para el vagabundeo personal, os presto mis escritos sobre mi viaje solidario en Honduras, que recoge datos sobre el lugar, mis vivencias personales, mis sentimientos y mi recorrido por este increíble país.

La experiencia de un viaje solidario
La experiencia de un viaje solidario

Llegada a La Ceiba

Mi llegada a la tranquila, simpática y alegre ciudad de La Ceiba fue anecdótica. Después de dos días y medio de viaje y habiendo dormido unas pocas horas, aterrizo en el aeropuerto de San Pedro Sula. Allí tengo que esperar 2 horas y media a que saliera el autobús que me iba a llevar a La Ceiba. Como era de prever en estos países el autobús llegó al aeropuerto pero no salió rumbo a mi destino… se había estropeado. Después de otra media hora de espera me suben en un coche con una inglesa que vivía en la isla de Roatán y una pareja de aventureros y mochileros cincuentones canadienses.

Ya en la estación de San Pedro Sula y tras haber creído extraviado mi pasaporte, consigo coger el autobús hacia mi ciudad. Al cabo de tres horas llamo a un tal David, que es la persona que tenía que ir a recogerme. Hablo con él y quedamos en media hora en la estación de autobuses de la Ceiba. Cuando llego allí, un hombre de mediana edad de nariz chata, piel casi negra y barba de tres días, me espera con su coche. Yo, accedo y subo.

Vista de Pico Bonito
Vista de Pico Bonito

Tras hablar de varios temas, al final me lleva a mi casa, y cuando bajo del coche me dice que él no es David. Yo, asombrado le afirmo que si, que él es David que le he llamado por teléfono. El me dice que no, que habría marcado mal el número.- ¿por qué has venido a recogerme entonces si no eres David y no me conoces de nada?- le pregunto. – No se, me has llamado y he venido a recogerte.- contesta. Yo con una media sonrisa de incredulidad salgo del coche lo más rápido posible y en ese momento sale por la puerta Pilar, mi compañera de casa. Por supuesto él me pide dinero. Yo me hago el loco, le doy las gracias y entro lo más rápidamente a la casa. Así fue mi gran llegada a la Ceiba. Fue algo surrealista y revelador. Fue demasiado temprana la sorpresa, pero me hizo darme cuenta de la realidad que más tarde vería.

Atardecer en el Mar Caribe
Atardecer en el Mar Caribe (Jewell Cay)

La Ceiba es una ciudad fea. No tiene nada salvo la playa y una gran cantidad de mercadillos. Sin embargo es una ciudad alegre y curiosa. Puedes observar cómo vive la gente el día a día. Es una ciudad cercana y amable. Sus habitantes son las mejores personas que he podido conocer: Te saludan por la calle, te hablan, te preguntan, te ofrecen su ayuda aunque no la pidas… es fácil establecer conversaciones con la gente; desde que estoy aquí he hablado con multitud de personas, que me han contado sus vidas, cosas de su país, de sus proyectos… son gente feliz y sencilla. Viven con lo poco que tienen y son felices con ello.

Por la noche la ciudad se transforma. Siempre hay ambiente y hay muchos garitos en la playa y en el centro para salir a tomar algo o para bailar al ritmo de salsa, merengue, bachata o reguetón, lo que se escucha prácticamente durante todas las horas del día en cualquier rincón de la feliz Ceiba, pero es muy peligroso. Parece que La Ceiba le preste sus honores a la concepción de: el día y la luz lo bueno y la noche y la oscuridad lo malo.

Todos los días mueren de forma violenta una o varias personas en Honduras. Algunos de los voluntarios que he conocido han oído disparos. Mi compañera de casa, Pilar, vio por la mañana a un hombre con una bala en la espalda caminando hacia el hospital, y el jueves antes de que llegara yo, una amiga voluntaria y los niños de la escuela donde doy clases vieron a un muerto acribillado a balazos tirado en la cuneta de una carretera mientras iban en el autobús de camino al la escuela.

Autobús escolar
Autobús escolar

Yo mismo, hace un par de días, salíamos mi amiga voluntaria y yo de un garito enfrente de la playa de tomarnos algo, y  a la salida dos hombres jóvenes nos fueron siguiendo y preguntándonos cosas en un idioma que en ese momento, con los nervios, no entendía. Cogí a mi compañera y la llevé a la entrada de un hotel donde dos hombres, un muchacho joven, y un hombre mayor, hablaban a la entrada de éste. Le comenté que nos estaban siguiendo y el hombre mayor se levantó y se fue hacia ellos, pero los dos muchachos pasaron de largo mirando de reojo. Hablé un poco con el muchacho del hotel, y antes de irnos les di las gracias. Caminamos deprisa hasta llegar a mi casa.

Una escuela en la selva

A las 5 de la mañana me levanto y a las 5 y media cojo un taxi hasta la escuela hogar donde viven algunos de los niños que van a la escuela de la selva. El taxi siempre cuesta 20 lempiras, vayas donde vayas (dentro de la ciudad) y vayan las personas que vayan (durante el trayecto se pueden ir subiendo o apeando gente). 25 lempiras es un euro aproximadamente, con lo que el precio del taxi no llega a 1 euro. Una vez en la escuela, sobre las 6 de la mañana, los niños salen de la casa donde viven y cogemos el autobús rumbo a la escuela, anclada en el impresionante paraje de Pico Bonito. El autobús es un carro tercermundista del que aún no alcanzo a explicarme cómo no se despedaza por los caminos de la selva. Sin embargo a mi me gusta, es auténtico.

En la escuela de la selva
En la escuela de la selva

Así, con el sol ya afuera, los niños de la escuela y yo nos adentramos en una selva abarrotada de árboles de san Juan, palmeras, árboles de banano y multitud de plantas que no acierto a clasificar. El río cangrejal baja vehemente y bello, camino de la Ceiba, y animales nunca vistos, vuelan y trepan por los árboles. Mientras, otros niños caminan desde varios puntos de la selva, o como ellos lo llaman, la jungla. Algunos de ellos se levantan a las 4 de la mañana para llegar a tiempo y otros muchos les toca cruzar el río a nado.

La escuela está en el mismo paraíso. Si realmente existe uno deberá parecerse al parque natural de Pico Bonito. Es realmente bello, más de lo que puede llegar a alcanzar la imaginación o captar una foto. Faltan sentidos para contemplarlo todo, para abarcarlo y sentirlo en todo lo que puede ofrecerte. Si te fijas, si miras a tu alrededor atentamente, te desborda.

Camino a la escuela
Camino a la escuela

A las orillas del río y hacia arriba por sus laderas, crecen una cantidad inhumana de árboles y plantas. Algunos de esos árboles parecen baobabs, otros se parecen a los árboles típicos de la sabana africana. Palmeras cocoteras se hacinan sobresaliendo entre tanta flora por sus peculiaridades formas y frutos. La selva es bella y da miedo. Es contradictoria. Es tan hermosa y es tan incierta  que produce temor adentrarte en ella. Quizá ese sea uno de los motivos de su gran belleza. La escuela se sitúa en lo alto de una de las laderas del camino, desde donde se divisa el pico más alto que le da nombre al paraje.

La “escuela”, o como realmente la llaman: jungle school, no es más que tres cuartos de unos pocos metros cuadrados y una especie de comedor con cocina al aire libre. En una de las clases, en la que yo estoy, se agrupan los cursos de tercer y cuarto grado, separados entre sí, por una pizarra con ruedas de dos caras. En otro de los cuartos, más pequeño y alargado se meten los niños de quinto y sexto grado, y una clase más abajo, los niños de primer y segundo grado. A los niños más chicos los entretiene una ex alumna de 16 años, de una belleza inquietante. Luz se llama la muchacha.

Tiene los ojos profundos de color negro, la piel tostada y la nariz ligeramente achatada y ancha. No suele mirar a los ojos, y es una persona callada y triste. Sonríe muy poco, pero cuando lo hace puedes ser capaz de ver las cosas más bonitas del mundo en su sonrisa. No suele mirar a los ojos, pero si te mira fijamente es capaz de ponerte nervioso.

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Autor: Ignacio Bustamante

#honduras#viaje Solidario

Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
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