Irlanda del Norte, algo más que ecos del pasado

Irlanda del Norte, algo más que ecos del pasado

Si existe algo peor que olvidar el pasado, posiblemente sea quedarse anclado en él. Y esa es la sensación que uno se lleva al pasear por muchas de las calles de Derry y de Belfast, con sus muros y murales conmemorando hechos y mártires, tragedias y afrentas ocurridas en los años de Los Problemas; historias incompletas y polarizadas, transmitidas de generación en generación para que no haya lugar a la reconciliación, para que jamás se olviden.

Hay un texto de Sean O’Hagan titulado Still Rising que, traducido libremente, comienza así:

«Cuando era un crío mi vida transcurría en Irlanda del Norte, y atendía a una escuela católica gestionada por los Hermanos Cristianos. Allí aprendí la lengua irlandesa, pero no la historia de Irlanda. Mirando atrás este detalle parece concentrar la paradoja de la pertenencia y la no pertenencia simultáneas que definen la identidad católica de Irlanda del Norte. Oficialmente éramos británicos, e instintivamente irlandeses.

Recuerdo una excursión escolar a Dublín. Nos apeamos en la estación Pearse, después llamada Connolly station por el líder del Alzamiento de Pascua. Visitamos la Oficina Central de Correos en O’Connell street, que había sido ocupada por los rebeldes el lunes de Pascua de 1916, y luego la prisión de Kilmainham, el lugar donde los británicos ajusticiaron a los líderes de la rebelión irlandesa. Y por la tarde, tras dar buena cuenta de la comida que traíamos en nuestras mochilas en el Phoenix Park, fuimos al zoo.

Pero es la atmósfera incómoda y sombría de la cárcel de Kilmainham lo que recuerdo con nitidez después de tantos años. Nuestra guía turística era una señora mayor que, en 1916, había militado en las filas del Cumann na mBan, el ala femenina del auto proclamado Ejército de la República Irlandesa. Su voz temblaba de emoción al describir cómo los británicos fusilaron a los 'bravos' líderes que estaban preparados para sacrificarlo todo en nombre de la libertad de Irlanda. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras describía la muerte de James Connolly quien, incapacitado por sus heridas había sido llevado a un rincón del jardín de la prisión, atado a una silla y ejecutado. Luego su cuerpo inerte, junto con el de los demás había sido lanzado a una fosa común. Nos quedamos en silencio, incomodados y embarazados ante semejante torrente emocional. Nos pareció que la señora pertenecía a otra era, a otra Irlanda desaparecida hace tiempo y con ella el Ejército Republicano Irlandés y su causa por la libertad de Irlanda.

Yo entonces era solo un chiquillo de los años 60, repleto del optimismo de la época y que escuchaba en la radio música pop inglesa, que jugaba a fútbol en las calles intentando emular el glamour y el estilo de los equipos de fútbol ingleses. Por la noche, veía imágenes de la guerra de Vietnam en las noticias de la tele junto a las protestas en contra de ella de la juventud norteamericana y europea. El mundo estaba cambiando pero, como siempre, la acción tenía lugar en otro sitio.

Hasta que una joven generación de activistas emergió en Irlanda del Norte, inspirada por el movimiento de derechos civiles americano y por las protestas radicales de cambio que fermentaron en Europa en la primavera del 68. Y en octubre, tuvo lugar en Derry una de las primeras marchas organizada por la Asociación de Derechos Civiles de Irlanda del Norte, que fue neutralizada brutalmente por policías antidisturbios. Y cuando pusimos el canal de noticias en la tele esa noche, por primera vez, nos vimos a nosotros mismos

Los muros de Derry

Esto que nos cuenta Sean sería el comienzo de una época trágica para los norirlandeses y en la que se verían proyectados continuamente en televisión, un período de su historia llamado The Troubles (los problemas) que prácticamente fue una guerra civil entre las comunidades protestante y católica, entre unionistas (pro británicos) y republicanos (pro irlandeses), con miles de muertos en cada bando repartidos en varias décadas; los primeros ostentando férreamente el poder económico y político en el Ulster desde hacía siglos, protegiendo rabiosamente el status quo y mirando siempre con desconfianza tanto hacia Londres como hacia Dublín. Los segundos, la población católica, atrapados entre dos estados para los que simplemente no existían, y hartos de una discriminación que les condenaba a una vida más pobre en todos los sentidos.

Free Derry

El Domingo Sangriento de Derry

La masacre más conocida y una de las más trágicas del conflicto de Irlanda del Norte se dio en Derry, en el año 1972. De este Domingo Sangriento (Bloody Sunday) en que murieron 14 civiles a manos de militares británicos se han escrito canciones y ríos de tinta, supuso un antes y un después en Los Problemas y dio pie a una intensificación de la violencia sin precedentes, que hizo temblar al Reino Unido y palidecer a toda Europa; a partir del Domingo Sangriento resurgió un nuevo IRA con inusitada fuerza, contrarrestado a su vez por una militarización masiva del bando civil protestante que llevaron a explosiones y asesinatos diarios en las áreas urbanas de Irlanda del Norte. Los hechos del Domingo Sangriento fueron fuente de eterna polémica desde entonces, y no fue hasta 2010 y bajo el gobierno de Tony Blair que se publicó un informe exhaustivo en el que finalmente se reconoce que ninguna de las víctimas iban armadas ni suponían ningún tipo de amenaza para el ejército británico. Pero la herida siguió sin cicatrizar como demuestran las calles del barrio católico de Bogside donde el Domingo Sangriento tuvo lugar; en esta Derry extramuros no han olvidado a sus muertos ni por un segundo.

Derry, vistas al barrio de Bogside

Vistas al castillo de Derry desde Bogside

The Troubles, murales reivindicativos

The Troubles, murales reivindicativos

Un paseo por el barrio católico de Bogside en Derry, que puede comenzar en la famosa esquina de Free Derry (you are now entering Free Derry), nos llevará rápidamente por los murales reivindicativos que conmemoran los trágicos suceso que vivieron estas calles. La mayoría situados alrededor de Rossville St, son unos murales sobrecogedores y con una presencia tan intensa que junto con la sensación de tristeza que uno siente en este barrio gris y humilde nos transportan a unos tiempos de dolor e injusticia que además no se perciben nada lejanos. No existe un contrapunto más alegre en Bogside, calles vacías y abandonadas de un domingo por la tarde, puertas de casas y pubs cerrados, sólo un puñado de chiquillos jugando rompen un silencio largo e incómodo. Sin referencias al futuro, todo Bogside es 1972. La sensación es pues de desazón, nos sentimos fuera de lugar y hacer fotos a los murales, resulta hasta desagradable. Pero aprendemos y nace en nosotros una reflexión, que es más de lo que obtenemos de otros viajes; aunque la indignación y la tristeza nos acaben impregnando aún viniendo de tan lejos, a pesar de que no las entendamos se van con nosotros igualmente y nos acompañan de regreso a Belfast por unas carreteras secundarias, tortuosas y lentas, pues no existe una vía de comunicación rápida y directa con la capital de Irlanda del Norte. Es como si las dos ciudades no quisieran mirarse a la cara por temor a contemplar la tristeza y el dolor en los ojos de una hermana.

Derry, murales reivindicativos

Derry, murales reivindicativos

Belfast y el final de Los Problemas

El conflicto en Irlanda del Norte no se puede decir que esté del todo cerrado, a pesar de que el IRA abandonara las armas en 2005 y aunque Irlanda del Norte esté gobernada por un gobierno de coalición formado por ambos bandos desde 2007. Las heridas siguen más abiertas que nunca como lo demuestran los murales en Belfast y Derry, los pequeños incidentes continuos, pero sobre todo por los muros que dividen estas dos ciudades en un sinfín de piezas de un puzzle imposible de entender.

El conflicto del Norte de Irlanda

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Muro en Cupar Way, Belfast

Muro en Belfast, al fondo

Barrios enteros, calles y hasta parques infantiles partidos en canal para construir unos muros cubiertos de alambres de espino, abiertos en ocasiones a través de puertas y barreras que se cierran al caer la noche. Nada de esto se presagia en un centro de Belfast amable y apacible, pero sólo hay que rascar un poco en la superficie, pasear por Falls Road, Cupar Way o Shankills Road para ver una ciudad prácticamente atrincherada, visitar el Museo del Ulster para aprender sin tapujos sobre la época de Los Problemas y sus consecuencias en Irlanda del Norte, o aprovechar la más mínima oportunidad para preguntar a algún local —o a algún español emigrado— para saber que detrás de la fachada del centro de Belfast y de la magnificencia del Museo del Titanic sigue habiendo muros que separan, que hay calles que son peligrosas de transitar para un católico y viceversa –pero nunca para un turista mínimamente respetuoso–, y ciudadanos que tienen que conocerse bien las rutas para ir al súper o a la peluquería regentados por su gente, evitando pasar por ciertas zonas aunque para ello tengan que hacer un recorrido más largo. ¿Parece increíble? Lo triste es que para alguien que lleva viviendo así media o toda su vida, no lo es, como tampoco lo es la visión de las tanquetas blindadas de la policia que recorren la ciudad con frecuencia y especialmente en los días señalados para una comunidad, fechas de marchas y contramarchas de alto riesgo, mostrando que en Belfast existe una enorme tensión sin resolver.

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Todavía hay actos de violencia reflejados en la prensa local que hablan de palizas, disparos y ambulancias en mitad de la noche, y aún existen agrupaciones de ciudadanos unidos por un escudo y por su defensa común. Pero lo más trágico de todo: un reciente informe sobre los jóvenes norirladeses habla de dos poblaciones, la católica y la protestante, que no se conocen, que no se han tratado en su corta vida; pocos jóvenes reconocen haber intercambiado más de cuatro palabras con los pertenecientes a la otra comunidad, y sólo conocen su parte de la historia —y de las afrentas, y de las víctimas—. Porque nadie es culpable y todos se sienten víctimas. Al contrario que sus padres y sus abuelos, que sí tenían algunos amigos en la otra comunidad y convivían más cerca, la nueva Irlanda del Norte sigue dividida más que nunca por una barrera invisible pero que es la más infranqueable de todas, levantada a partir de la negación y el desconocimiento del otro.

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
3 comentarios
      • No lo dudes Manuel, que intentaré convèncer a mi marido para ir… es una zona que me tira mucho por visitar.. aunque hay tanto… pero poco a poco y a disfrutar, sobretodo los niños, como crecen y lo disfrutan y aprecian cada año más, es una gran experiència para ellos, creo, a mi hijo, por lo menos, le encanta viajar y aguanta el tute que le damos andado!

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