Una sesión con el Señor Archer

Una sesión con el Señor Archer

Es esta una época de sobreabundancia de imágenes que se olvidan casi al instante de ser tomadas, destinadas en su mayoría a alimentar a la voraz bestia de las redes sociales, y que probablemente acabarán desintegrándose con los soportes digitales que las albergan. Aún así, agazapados en lo más profundo de la retaguardia resisten unos procesos fotográficos centenarios cuyos resultados son por contra tangibles y permanentes. Ven a descubrir el apasionante mundo del colodión húmedo y la fotografía de gran formato, de la mano de Señor Archer.

Quedamos con Alberto Gamazo (Señor Archer) en su estudio de fotografía analógica situado en pleno corazón de la Ciutat Vella de Barcelona. Probablemente no sea casualidad que Barcelona y un barrio tan ecléctico como el Raval cuenten desde finales de 2014 con este negocio tan curioso y alternativo en los tiempos que corren. Alberto nos retratará utilizando un proceso fotográfico denominado colodión húmedo que tiene más de 150 años, mediante una cámara de gran formato no mucho más joven. El resultado final será una fotografía química en placa de cristal, atemporal e irrepetible, pues decenas de factores que no se pueden controlar influirán en su aspecto final.

Pruebas de luz y pose antes la cámara de gran formato

El proceso del colodión húmedo

Fiel a la antigua técnica inventada en 1851 por Frederick Scott Archer, la placa se ha de impregnar de químicos pocos minutos antes de la toma y ha de ser revelada inmediatamente después. Hablando de la toma, el equivalente a la sensibilidad ISO de la placa es tan bajo (de 0,6 a 1 ISO) que estaremos entre 10 y 15 segundos mirando a la cámara y evitando el más mínimo movimiento para no salir movidos.

Así se hacían los retratos en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el colodión húmedo vino a reemplazar el altamente tóxico (si bien espectacular) proceso del daguerrotipo. Este relevo supuso la democratización de la fotografía, y como consecuencia marcó una estética en las imágenes de aquella época. A diferencia de ahora, la fotografía se consideraba algo muy serio. Además, la gente no tenía costumbre de sonreír en las fotografías ya que podían sufragarse muy pocas a lo largo de su vida, y buscaban básicamente obtener un recuerdo solemne que legar a sus descendientes. Por otro lado, mover las facciones durante una toma que duraba varios segundos no era muy inteligente, como tampoco lo era aparecer en el retrato con una sonrisa petrificada.

Hubo otra costumbre que hoy se considera extraña y mórbida, pero que por entonces era del todo normal: la gente se retrataba con los seres queridos recién fallecidos, los sentaban o ponían de pie y los sujetaban y posaban junto a ellos mientras se realizaba la toma. Se conservan centenares de fotografías con cadáveres vestidos con sus mejores galas, incluso niños. Su intención era por un lado guardar un recuerdo del familiar o amigo, y por otro conservar una prueba ya que las noticias no viajaban a la velocidad del whatsapp como sucede hoy. Curiosamente, se daba el hecho de que en ocasiones el vivo podía aparecer un poco borroso (movido), como un fantasma, mientras que el fallecido aparecía perfectamente nítido en la foto.

Una foto para toda la vida

Hecho el inciso histórico, acompañamos a Alberto a su pequeño laboratorio y nos muestra cómo prepara la placa. Después, nos sentamos delante de la cámara de gran formato y su objetivo de focal 340mm, mientras él enfoca desplazando el mono raíl de la cámara y mirando el enorme visor con su lupa para asegurar que nuestros ojos están en el mismo plano y perfectamente enfocados. Todo está preparado, sólo falta colocar la placa en posición, destapar el objetivo, contar hasta 15 (aguantando la respiración y cualquier movimiento) y volver a tapar la lente. Ya está, nuestra foto de pareja adentrándose en su madurez está esperando ser revelada.

Alberto, revelando nuestra placa
Alberto, revelando nuestra placa

Seguimos de nuevo a Alberto al oscuro laboratorio, donde presenciaremos de cerca la magia. Señor Archer nos explica el proceso y nos avisa en el momento en que nuestra foto comienza a materializarse –mejor dicho, a cobrar vida– en el cristal de la placa. Es un momento de máxima expectación y emocionante, y parece que la foto es buena y no habrá que repetir. Si no la extraviamos, estamos ante una fotografía que ha de durar decenas o cientos de años, así como las primeras fotos en colodión húmedo de la historia todavía se ven espléndidas. ¿Será esta una foto que conservarán nuestros dos hijos?

Nuestra foto va tomando forma...
Nuestra foto va tomando forma…

Salimos del laboratorio, ya casi estamos. Falta un proceso químico más para estabilizar el revelado, y en unos días podremos volver a buscar la placa y su correspondiente escaneado en blanco y negro.

Y aquí tenemos la versión digitalizada de nuestra fotografía al colodión húmedo.

Nuestro retrato al colodión húmedo

Antes de despedirnos de Alberto, yo también quiero retratar a nuestro fotógrafo usando mi cámara analógica de formato medio y película Kodak, para seguir con las buenas costumbres. Y dos días más tarde, cuando estoy preparando en casa el revelado de la película a color cometo un error en el sellado del rollo de 120 mediante el cual le entra luz, quedando éste parcialmente velado. Sin querer, he introducido en el proceso un elemento que alterará el resultado final de manera impredecible.

Una vez revelado y escaneado el rollo, lejos de disgustarme me encanta el resultado final. Así que larga vida a la fotografía analógica con sus resultados tangibles y mágicos.

Alberto Gamazo, o Señor Archer
Alberto Gamazo, o Señor Archer

Si estáis interesados en haceros fotos con el proceso del colodión húmedo, podéis contactar con Señor Archer a través de su página web y reservar sesión.

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Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."

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