Proteger el Panteón

Proteger el Panteón

El Panteón de Agripa es una de las pocas maravillas de Mundo Antiguo que quedan en pie, enormemente fatigadas pero en pie. Seis millones y medio de personas visitan al año uno de los edificios más perfectos y bellos del mundo, en un momento en que empiezan a alzarse voces pidiendo la aplicación de mejores medidas para su protección y conservación. Y entre ellas, no faltan quienes temen la posibilidad de un ataque terrorista que podría hacer saltar por los aires una obra irremplazable, Patrimonio de la Humanidad.

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, la casa de todos los dioses se salvó in extremis al convertirse en un templo monoteista, concretamente en una iglesia cristiana. Este hecho preservó hasta nuestros tiempos una insuperable obra maestra a nivel arquitectónico, cuya cúpula tardó más de quince siglos en verse igualada y de la que Miguel Ángel dijo que: «su diseño es angélico, no humano». Sorprende pensar que todavía tenemos la posibilidad de plantarnos dentro del Panteón y llegar a su misma conclusión, 500 años después.

Situado en pleno centro de Roma, el viejo e icónico edificio está rodeado de vida desde que levanta el sol hasta que anochece en la ciudad eterna, hasta el punto de que es increíblemente emocionante toparse con él, descubrirlo ahí, encajado en las calles de una Roma actual y vibrante, pues su presencia es antiquísima, solemne y espectral: dos mil años le contemplan y su aspecto es tan desgastado que podría pasar por un fantasma de otro tiempo si no fuera porque sigue en uso, ocupado por las multitudes que se congregan en su interior, salpicadas aquí y allá de los paraguas coloridos de los guías turísticos y por los flashes de las cámaras que apuntan hacia el ojo de luz de su cúpula perfecta intentando la enésima toma de una de las fotos más icónicas que se puedan capturar en Roma.

Sin embargo, semejante exposición a la humanidad presenta ciertos riesgos, como en este tiempo en que nos ha tocado vivir. En este sentido, un alto dirigente del Ministerio de Cultura italiano ha afirmado recientemente que ‘[…] hay gente que acampa y duerme en el exterior del Panteón. La estructura se encuentra en desorden. Estas son condiciones peligrosas incluso bajo el aspecto de la seguridad. […] Son frecuentes los actos de barbarie y el monumento, entre los máximos símbolos de la cristiandad occidental, está totalmente expuesto al riesgo de atentados terroristas’.

El Corriere della Sera también ha denunciado esta situación lamentable, pero sugiere que la solución no reside en encerrarlo tras una verja sino en un mejor control por parte de la policía municipal, que a menudo está presente, pero se limita a mirar con aire cansado e indiferente a vendedores y gladiadores. El diario toma posiciones y subraya que el Panteón debe permanecer vivo, sin verja, porque es un monumento único, como lo es Roma, ya que no existe en el mundo una capital con 2.500 años de historia.

No obstante, lo cierto es que no se hace difícil pensar en un ataque suicida que se llevara por delante a centenares de turistas y con ellos al Panteón de Agripa. Sinceramente, ¿qué podría impedir que esto sucediera cualquier día?

No hace mucho que varios templos de Palmira volaban dinamitados a manos de ISIS, varios años atrás el gobierno islamista talibán acababa con los Budas de Bāmiyān a cañonazos, más o menos por la época en que los norteamericanos destrozaban los restos de la antigua Babilonia al sepultarlos bajo un helipuerto militar durante la guerra de Irak.

Estos días es París y es Siria, hace poco fue Beirut, y tantas guerras y atentados terroristas, tantas migraciones y desgracias humanitarias que se vienen sucediendo que no damos al abasto ni sabríamos a donde mirar en busca de respuestas, aunque estuviéramos adecuadamente informados. Y no sigamos retrocediendo en el tiempo, para no ser demasiado cansinos.

Entonces, ¿cómo solucionamos todo esto, cómo ir al menos hacia mejor? Si comenzamos fijándonos en lo más simple –que no lo es–, ¿qué podemos hacer para proteger el Panteón?

Si cerraran el libre acceso al Panteón sería una gran pena, si lo hicieran volar por los aires, una enorme tragedia. Y la polémica en Roma está más que servida, la idea de una gran valla para evitar el vandalismo y proteger el templo divide a los romanos ya que hay quienes piensan que no debemos dejarnos robar ese espacio (vallarlo, cerrarlo), mientras que otros creen que hay que poner en marcha y con carácter urgente drásticas medidas de seguridad, cueste lo que cueste. Es difícil ponerse completamente del lado de ninguno de ambos bandos.

Siempre andamos apuntando a los demás con el dedo acusador, y cuando no lo hacemos somos tan pequeños a nivel individual que consideramos que no tenemos nada que decir ni hacer, además que ya tenemos bastante con nuestros propios problemas y que la vida son dos días… Ya lo arreglarán los que mandan, que para eso les hemos otorgado la responsabilidad y el poder.

No parece que esta estrategia –que porqué no decirlo, en parte nace de la desidia– esté funcionando muy bien.

Pero entonces, ¿qué podemos hacer nosotros para que comiencen a cambiar las cosas? A lo mejor, una vía consista en comenzar a tener más inquietud por informarnos de lo que pasa en el mundo, en intentar atar cabos y en discutir nuestras dudas y conclusiones con los demás; en mirar de aprender sobre los problemas de las demás sociedades, en intentar entender sus razones, aunque sea de manera simplificada. En contrastar fuentes, en formarnos una opinión, aunque sea muy incompleta y superficial siempre será mejor que comprar la opinión interesada de otros. Porque nadie es inocente. Podríamos probar a hablar menos de fútbol y más de lo que está pasando en el mundo, que aunque sea endiabladamente complejo y confuso para todos, esto no quita para que intentemos ser más críticos y partícipes. Aunque sea porque nos afecta de manera directa, de una manera u otra, en nuestras vidas. Sólo con ejercitar la memoria y ser más exigentes con los poderes públicos ya ganaríamos mucho. Quizá podríamos ser más conscientes de nuestro rol de ciudadanos con derecho a voto y del de consumidores con poder para crear tendencias y generar presión, tomar conciencia de que siendo activos podemos cambiar cosas; en contribuir a lanzar uno de entre un millón de pequeños efectos mariposa. En definitiva, mirar más allá de nuestros morros, de nuestro móvil. Yo el primero.

Mientras tanto, los problemas no se irán solos: la incomprensión, la desconfianza y el miedo no necesitan de nosotros para seguir creciendo, de hecho les basta y les sobra conque continuemos mirando hacia otro lado. Y en estas, resulta que las casas que una vez fueron de todos los dioses, aunque fuera sólo durante unos pocos años, cada vez se encuentran más cerca de dejar de existir.

#roma#italia#Imperio-romano#Europa

Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
1 comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *