Masahisa Fukase, el incurable egoísta

Masahisa Fukase, el incurable egoísta

Hace unos meses tuvo lugar la excelente exposición Masahisa Fukase, el incurable egoísta en el contexto de Les Rencontres d’Arles. Se trataba la primera retrospectiva del fotógrafo japonés en Europa, mostrando una obra rabiosamente personal. La exhibición me emocionó y me dio la oportunidad de descubrir a uno de los artistas más radicales e influyentes de su generación.

El incurable egoísta es el apodo que le puso su modelo/musa y segunda esposa, Yoko, harta de ser fotografiada por un Fukase que continuamente buscaba observar en ella el reflejo de sí mismo –su fotolibro Yohko (1978) es un claro ejemplo de que no andaba muy desencaminada–. E incluso después de divorciarse de él, Yoko no pudo evitar seguir siendo retratada simbólicamente por Masahisa durante más de seis años a través de las imágenes en blanco y negro de cuervos y más cuervos, que en algunas culturas como la japonesa simbolizan el aislamiento y la soledad. En esos años, el atormentado artista fue acumulando miles y miles de instantáneas desgarradas, cargadas de alienación y de ausencia, de abandono y de desorientación, que hurgaban y cuestionaban la naturaleza y la tragedia de sus relaciones y de su vida. El fotolibro resultante, Karasu (Cuervos, 1986), ha pasado a la historia como el más influyente en fotografía de los últimos 25 años, y es una obra inquisitiva y desbordante de energía, es enigmática y poética, oscura, obsesiva y absorbente. Sus primeras dos ediciones se encuentran descatalogadas desde hace ya muchos años y adquirir un ejemplar en el mercado de segunda mano cuesta una pequeña fortuna, pero por suerte una editorial inglesa la ha reeditado recientemente.

Los cuervos y cierta fama acompañarían desde entonces a Masahisa Fukase, como pudimos contemplar en la retrospectiva de Arles. Pero el fotógrafo no se quedaría barrado en éstos, pues ya desde el principio su obra había sido una carrera intensa de autodescubrimiento y en constante evolución. Tras cansarse de fotografiar pájaros de mal agüero, Fukase se alejó del blanco y negro y de la estética provoke de grano desbocado y sin apenas tonos, y pasó a firmar obras de exhuberantes colores, retratos suyos, pintados, que aparecían por primera vez acompañados de la negra silueta de un cuervo –al publicar Karasu, Fukase llegó a decir que se había transformado en un cuervo–, como para no borrar del todo su anterior identidad.

Hasta aquí el Fukase más conocido, y en Les Rencontres d’Arles las primeras salas me recibieron precisamente con sus obras más icónicas de Ravens que había contemplado tantas veces en pantalla y en formato libro: pero esta vez, en papel baritado y en pared, las originales, como para saciar el hambre inicial de entendidos y fans. Luego, más adentro esperaban varios espacios con otras series fotográficas desconocidas por mí, tremendamente vulnerables y emotivas, pertenecientes a sus proyectos Familia y Retratos de padre.

Para abarcarlas, había que viajar un poco más al pasado: los padres de Masahisa Fukase regentaban un pequeño estudio de fotografía en la región de Hokkaido, correspondiente a la isla más septentrional de Japón. Él tomaba retratos en una cámara de gran formato, ella revelaba y positivaba las copias. Masahisa creció entre los cachibaches del estudio, y aunque de joven se trasladó a Tokio para acabar sus estudios de fotografía e independizarse, siempre volvió a Bifuka a realizar retratos de su familia, un proyecto que se publicó bajo el nombre de Kazoku (Familia, 1991), dificilísimo de conseguir hoy día.

Estos retratos de familia son fascinantes y poco convencionales: los mismos miembros de la familia posan a lo largo de los años, pero aparecen aquí y allá pequeñas sorpresas y excentricidades; en una de las primeras fotos se nos muestra a los familiares posando de espaldas, mientras que una joven Yoko está de frente y en topless. En otra sucede justo lo contrario; más adelante Yoko es sustituida por modelos desnudas que van cambiando, Fukase aparece con un pasamontañas, luego la familia va poco a poco entrando en años. Comienzan las inevitables ausencias, también hay nuevas incorporaciones, y en uno de los retratos más extraños y conmovedores se nos muestra a todos de espaldas mientras que una modelo aparece de frente y desnuda, a otro lado el retrato de una sobrina que murió de niña, en marco y sujetado por su compungida madre que está de espaldas –la hermana de Fukase, ahora mucho más delgada–, y al fondo vemos la cara alegre y senil de un patriarca que se intuye le queda muy poco de vida, como se hace evidente en una foto posterior en donde aparece más joven, en forma también de cuadro. Esta secuencia de retratos nos dice tantas cosas como nos deja espacio para interpretar infinidad de otras: jerarquías de familia y relaciones, miradas de empatía o de reprobación hacia el fotógrafo, el paso del tiempo y el envejecimiento… Y y al final y sin remedio intentamos completar las lagunas, cerrar los interrogantes que se nos presentan con teorías de nuestra propia cosecha, de nuestra experiencia vital, y con ello nos implicamos y nos acercamos a la familia de Masahisa Fukase, completando una experiencia de visionado intensa y emotiva.

Otro proyecto muy personal y emocionante del fotógrafo también presente en la exposición de Arles es Chichi no Kioku (Retratos de padre, 1991), en donde a través de una secuencia de fotografías observamos la relación entre ambos; de la juventud del primero y el sorprendente gran tono físico del progenitor en su cincuentena, de la juventud y la fuerza, a los últimos momentos del padre desvalido que ya no puede ni caminar por sí mismo, sujetado en brazos por un hijo que le acompaña, todo dignidad, hasta el final.

La última etapa de la obra de Masihisa Fukase, antes de que una caída en las escaleras de uno de sus bares preferidos le postrara en un cruel coma que duraría veinte años hasta su muerte en 2012, es curiosamente vital, alegre y despreocupada. Ya en la sesentena, Fukase parece que por fin se relaja y comienza a tomar selfies con imágenes de fondo con un cierto comentario social: aquí no busca incomodar a los demás haciéndoles posar para sus fines, y entiende que si quiere continuar hablando de sí mismo, lo mejor es colocarse delante de la cámara. Son fotos descuidadas, de encuadres fortuitos, impresas de manera muy modesta y coloreadas por encima, y transmiten sosiego y casi felicidad.

En otra famosa serie de su última etapa creativa, le vemos besándose con lengua con todo tipo de personajes de la escena pública de Tokio de los años noventa, como por ejemplo con su amigo Nobuyoshi Araki, y en otra simpática serie aparece poniendo caras delante de una cámara acuática en la bañera de su casa.

En conjunto, la retrospectiva Masahisa Fukase, el increíble egoísta nos muestra dimensiones muy diferentes de la personalidad y la vida del artista, todas fascinantes, y salimos de la exposición sintiendo una profunda simpatía hacia él, y también conmovidos y con recuerdos propios que quizá afloran sorpresivamente, junto a un poso de sensaciones que perdurarán en nosotros como sólo las grandes obras pueden lograr.

Masahisa Fukase, L’incurable égoïste
Rencontres d’Arles
Palais de l’Archevêché
35, place de la République, 13200 Arles
du 3 juillet au 24 septembre 2017
10h-19h30
10€

Publicado por Manuel Aguilar

"Viajar es uno de los mejores caminos para encontrarse a uno mismo."
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